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Anormal normalidad

La Razón
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España en estado de alarma. Una semana ya. Y tan felices. Los aviones vuelan, todos podemos viajar y nadie repara en que tanta normalidad sigue impuesta manu militari, en democracia y con un Gobierno socialista. La normalidad con la que aceptamos tanta anormalidad responde a la misma pauta que ha permitido el engorde de ese ogro filantrópico que Octavio Paz identificó con el Estado moderno, «una máquina que se reproduce sin cesar». Por nuestro bien, claro. ¡Siempre por nuestro bien!

Al Estado exigimos que promueva la justa distribución de la riqueza y vele por la estabilidad de nuestro empleo, la educación de nuestros hijos, nuestra salud, hábitos de consumo, y un cada vez más largo etcétera. Bienvenida por tanto la militarización si garantiza el disfrute de nuestras sagradas vacaciones. ¿Por qué no? Y poco importa si la legalidad ha sido vulnerada: el fin justifica los medios. ¿O no sirvió para acabar con la impunidad de los controladores gracias a un gobierno que nos protege?

No deja de sorprenderme la confianza con la que depositamos toda nuestra vida en manos de los gobiernos a la vez que crece el recelo popular hacia su capacidad y liderazgo para resolver los problemas. También la ligereza con la que cedemos parcelas de libertad para ganar seguridad ante los avatares de la existencia. Cada vez menos responsables, cada vez menos libres. Camino de servidumbre. Difícil de desandar después. Así que frente al estado de alarma, estado de alerta: «El precio de la libertad es una eterna vigilancia», advirtió Jefferson.