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Docencia en la mochila

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Algunos cafés con José Antonio Labordeta te reconciliaban con eso que hemos dado en llamar «la clase política» y, apenas a los pocos sorbos, se evaporaba su fiera imagen bigotuda de abroncador, dando paso al paciente profesor, al melancólico trovador y viajero, al parlamentario que desconocía la hipocresía de aquello que se llama políticamente correcto (ese virus anglosajón) y al hombre cabal que siempre fue. Las Cortes desconocen la cortesía y cuando sube un orador que representa a un grupo minúsculo hay desbandadas y toses con murmullos entre los pocos que quedan.

José Antonio Labordeta era el único diputado de la Chunta Aragonesa y en una de sus últimas intervenciones lo tomaron a chacota y el aragonés los avergonzó severamente haciendo volar los «joder» y los «coños». Siendo cultivado nunca fue un jabalí y tuvo el respeto de todos además del amor de sus paisanos, que han hecho de sus cantos a la libertad un himno regional. La serie televisiva sobre las regiones de España le dio popularidad, aunque él ya era famoso entre los cantautores previos a nuestra democracia, y con sus versos y la guitarra nos anunció la buena nueva. No nos sobran hombres tan decentes como Labordeta y, parafraseando al poeta irlandés John Donne, no tenemos que preguntarnos por quién doblan las campanas: doblan por nosotros mismos.

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