Música
Una misma ilusión por Gaspar ROSETY
Las emociones de cuarenta días y cuarenta noches pesaban sobre los párpados cansados. Corrían y saltaban alrededor, una locura colectiva, un delirio, al fin, un delirio merecido. Conseguí interiorizar una extraña calma, un control mental sin paliativos que iba a cambiar mis sensaciones, que habría de convertir en relativas tantas tonterías que antes parecían absolutas. Los bailes por los pasillos del avión convertían el Airbus 340 en una discoteca. Volábamos a mil kilómetros por hora, a diez mil metros del suelo. Excitación globalizada.
Recostado en mi asiento, viajaba a mi lado una máscara africana, imagen de la oscuridad de la vida, que chocaba con la fiesta del vuelo celestial. Disfruté de una felicidad desconocida. Aquella Copa, brillante y cálida, promovía mi paz más serena. Como si a una película le quitaras la voz. Cuando Cesc le dio el balón a Iniesta, sabía que era gol. Veía, pero no escuchaba. Convertí la felicidad de todos ellos en la mía, porque su felicidad y la mía eran la misma. Formábamos parte de un mismo cuerpo, de una misma ilusión. Cada uno, a su modo, en su medida, había puesto un grano de arena donde otras personas habían puesto kilos de oro.
Me sentí afortunado. Reflexioné sobre mi grano de arena. Cerré los ojos y agradecí hasta el infinito el trabajo y el empuje de todos. Llevo esa Copa bordada en el alma, cosida en el corazón. Como un recuerdo, como una vida. Y, entonces, sentí el cielo derretirse entre mis manos...
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