Barcelona
Rodrigo García: «Ya no necesito gritar»
-Presenta en el Festival de Otoño en Primavera «Muerte y reencarnación en un cowboy» (Naves del Español-Matadero, 21, 22 y 23 de mayo). ¿De qué muerte habla? -Como punto de partida está la enfermedad y la consciencia del final, pero en la obra todo se vuelve difuso y abstracto, más que nada en la primera parte: media hora larga de acciones sin palabras, de dolor y de sonido insoportable. -Equipara urbanizaciones de chalés a cementerios. ¿Es una obra antisistema, anticonsumista o, sencillamente, «anti»?-Es una obra íntima y triste. No hay nada que gritarle a nadie, ya no es posible. Creo que en esta pieza hay un desencanto, una mirada abatida hacia la realidad, y, a diferencia de obras como «La historia de Ronald», «Versus» o «Mickey», ya no necesito gritar, no hay guerras porque no hay nadie ahí fuera.Los que están despiertos no necesitan del arte: están ocupados en hacer negocio, buscar trabajo, ver la tele o desentenderse de sus hijos. Y los que están dormidos no se van a despertar por más que los sacudamos. ¿Se imagina despertar a uno de esos seres que quedaron cubiertos por la lava en Pompeya? No es posible…-La figura del cowboy representa la parte más criticada de EE UU. ¿Será un montaje con humor o defenderá a los cowboys?-Elegí la apariencia de los cowboys, el envoltorio, para hablar de cosas que deberían preocupar a ciudadanos corrientes como yo. Son el punto de ficción imprescindible para que la pieza no resulte didáctica, presuntuosa, idiota.-¿Le gustan los «western»?-No los aguanto. Incluidos los del gran John Ford. No comprendo qué hay de interesante en un «western». Otra cosa es si Kurosawa hace «Los 7 samuráis» o «Yojimbo».-¿Y el teatro?-Me gusta la posibilidad que tiene de ofrecer esa rara magia/no-magia... Pero la llave para esa puerta la tienen pocos creadores (¡yo nunca la encuentro en mi pantalón!).-Esta obra, ¿se parecerá a la línea de «Versus» y «Aproximación a la idea de la desconfianza», o tendrá algo que ver con montajes más antiguos, como «After Sun» o «Compré una pala en Ikea...»?-Es distinta. No señala a nadie con el dedo, no grita a nadie, no alecciona. Tiene una gran parte abstracta, en la que intento crear un universo poético sin recurrir a artilugios teatrales consabidos. Esto contrasta con la segunda parte de la obra, estática, donde los actores monologan, pero como si dialogaran. Parece que se escuchan, aunque para mí estos gilipollas son dos muertos que hablan.-McDonalds, Ikea, Mickey Mouse, los cowboys... ¿Es un iconoclasta de la sociedad en la que vive? ¿Qué tótems le quedan por derribar?-Soy víctima de mis propios títulos y de periodistas que no vienen a ver mis obras. Si las vieran, sabrían que éstas hablan de cosas más importantes y que los títulos sirven para quitar solemnidad a las cosas.-¿Sigue escribiendo con esa rabia o cabreo vital, tan suyo?-No escribo con la misma rabia, porque es un recurso fácil. La rabia se convierte en ingenuidad si no tienes las herramientas del escritor: el estilo y los años y el asombro.-¿En qué momento se encuentra como creador?-Con los años adquirí recursos, que, lejos de facilitarme la creación, me complican la vida. Antes me servía todo, echaba a volar la mente y listo. Ahora, dar luz verde a una idea, a un momento teatral es una odisea: nada me parece bien, nada me parece suficiente. Me gustaría expresarme con tan poco... Es complicado dar con lo mínimo, lo casi invisible que lo dice todo.
En enero, en el CDNRodrigo García no para. Acaba de terminar una nueva creación en Francia, «Esto es así y a mí no me jodáis». En el mes de julio dirigirá en Normandía un taller. En agosto y septiembre montará «Haberos quedado en casa, capullos» en el Teatro Nacional de Timisoara. Y en enero el autor estrenará una nueva creación para el CDN sobre la pieza de Haydn «Las 7 últimas palabras de Cristo en la Cruz». Mientras, sigue de gira con «Versus» y «Muerte y reencarnación...» por Berlín, Bruselas, Tokio, Florencia, Barcelona, Turín...
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