Valladolid

Umbral entre nosotros

La Razón
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Cuando España se casó en Valladolid con Francisco Umbral los invitados gritaban: «¡Viva España!» y los paseantes se unían creyendo aquello un acto patriótico. La pareja se acabó mudando a la dacha para que Paco arrojara a la piscina los libros ilegibles, dejando vacío su piso de la madrileña calle Juan Ramón Jiménez donde me instalé con una señora esqueletizada que agonizaba lentamente a sus noventa y seis años. Paco Umbral había muerto y de la caridad de la viuda heredé sus Olivetti portátiles y azules con las que escribía de noche acolchonándolas sobre revistas para no turbar el sueño transparente de la anciana. En la otra alcoba se había extinguido, entre las palideces de la leucemia, el único hijo y había nacido el libro «Mortal y Rosa», el grito literario de Francisco Umbral. Crujía el viejo entarimado sin que lo pisaran y creía percibir que se abrían las puertas. Umbral nos acompaña; durante cinco años, la editorial Planeta reeditará la obra umbraliana, se adaptará al teatro la citada «Mortal y Rosa» y en el mes de octubre, la Comunidad madrileña y la Universidad Complutense celebraran un Congreso Internacional sobre este escritor que restó luces a Larra y a César González Ruano. Amaba escribir en los periódicos y nos dio el mejor folletín de la mitad del siglo XX, porque sus columnas son episodios nacionales que también deberían ser rescatadas del polvo memorioso que las guarda. A primeros de año se otorgará el primer premio con su nombre al mejor libro del año. La Fundación que preside España y dirige Leticia Espinosa de los Monteros ha desbordado su agenda porque Francisco Umbral da para mucho más que para el trecho de una vida, y sus libros, sus prosas, sus versos, siguen haciendo sonar las tarimas y entornando las puertas de la vieja casa de Juan Ramón Jiménez.