Valladolid
Doñana: cuando todo era nuevo y salvaje
Este libro relata los hechos que dieron lugar al nacimiento del Parque Nacional de Doñana y la conversión de miles de hectáreas en el mayor arrozal europeo. Para ello, el autor, Jorge Molina, se centra en los acontecimientos que tuvieron lugar entre 1940 y 1970. La obra, editada por la Fundación José Manuel Lara y de la que aquí se ofrece un extracto, saldrá a la venta el 10 de mayo
«Valverde ha dudado poco. Prefiere que sea Paco Bernis quien escriba el informe prometido a Franco por Mauricio, con el fin de convencer al dictador de que los eucaliptos son incompatibles con la caza, y de esa manera evitar su devastadora presencia en Doñana. Además, Paco sabrá hacerlo solito estupendamente...».
«...Junto a Mauricio y su primo, Pedro Díez, el huelvano Pedro Weickert, y José Manuel Rubio, el largo, geógrafo y compinche desde niño en las travesuras zoológicas en Valladolid, se internan en Doñana para anillar pájaros, miles de garzas que terminarán con el círculo de metal fabricado por los vascos. Protagonizan la primera gran campaña científica que se efectuaba en el coto.
Anillar aves supone una actividad realmente exótica en los pagos de Doñana. Tanto, que algún guarda no puede evitar reírse para sus adentros, y el bruto de Pepe Menegildo sin pudor alguno, cuando ve en acción a este grupo que coge pájaros para luego, después del trabajo que les cuesta capturarlos vivos, soltarlos.
El tal Menegildo, sanluqueño y antiguo marinero de nombre José Larios, se salvó milagrosamente de morir alcoholizado cuando decidió cruzar el río, y recluirse en la otra banda para ayudar a Domínguez, el guarda...».
«...Las temerarias habilidades de Menegildo le permiten cama y comida en Doñana. Si se le encarga atrapar a una salvaje vaca mostrenca enculada en un arbusto espinoso, va a por ella. Entra en los brezales por el mismo hueco dejado por el animal, hasta conseguir que el bicho acabara en el matadero sin recurrir a pegarle un tiro...».
«...Anillar garzas, en efecto, resulta un esfuerzo difícilmente explicable a estas alturas a Menegildo y los guardas. Los naturalistas se plantan ante la muralla de brezos y zarzales que rodean los alcornoques de la Pajarera, con sus al menos dos metros de alzada. Avanzan dejando las camisas desgarradas en los pinchos, estiran la mano para coger pollos y, justo entonces, el pájaro revolotea más para dentro de aquella selva. Menos mal que algunos ejemplares pequeños, o enganchados, terminan con la anilla en la pata.
Pronto descubren que las sendas hozadas por los jabalíes bajo algunos zarzales –los cochinos no hacen ascos a un pollo caído– permiten a los voluntarios más menudos entrar en la maraña y ahuyentar a las aves, que escapan para que el resto del equipo, emboscado, capture algunas. Entonces se trabaja frenéticamente con anillas y alicates. Alguna vez descubriendo, con sorpresa, que le han esposado las dos patas con un solo arete a una garza.
Valverde halla por azar un sistema para los martinetes. Se coloca debajo del nido y levanta el brazo para agarrar una pata cualquiera, anillándola. Los pollos sólo ven una mano y por el motivo que sea no se espantan. Tanteando, el naturalista comprueba qué pájaros van quedando con las dos patas sin anilla, y se la coloca solícitamente. Sin arañazos ni picotazos.
El esfuerzo desalentaría a cualquiera bajo el calor. La jornada va dejando las cabezas de los ornitólogos moteadas por vómitos de las zancudas, con sus restos medio digeridos de sapos, lagartijas, escarabajos, salamandras, anguilas, grillotopos, culebras…, la dieta habitual. Pronto saben del dolor agudo de una cagada de garza en un arañazo sangrante, aunque ha de reconocerse que cauteriza enseguida la herida.
La comida, un cocido, llega en mula desde Palacio, todavía calentita dentro de las orzas. La tarde repite a la mañana, con más cansancio...».
Valverde, Rubio y Mauricio aprovechan las noches del Palacio para cerrar formalmente la fundación de la sociedad española de ornitología, que ya se barruntó el año pasado, con Paco Bernis al frente. Del gallego reciben por carta el informe a Franco, que ha escrito para que lo firmen Mauricio González-Gordon Díez y su padre, Manuel María González y Gordon.
El memorándum está bien documentado, y resulta de una claridad hasta preocupante teniendo en cuenta el destinatario. «Si el plan de repoblación previsto continúa adelante, entonces Doñana quedaría condenada a desaparecer como gran paraíso cinegético y zoológico de Europa», suscriben los González...».
«...Doñana no es un yermo solar, desértico y anodino; su cualidad estética debe ser indiscutida, como lo es la de una catedral gótica o un museo de pinturas; posee valor como desahogo espiritual de las gentes; destruir o desvirtuar estos parajes es como prohibir al individuo humano las creaciones poéticas.
Hábilmente, para proponer que se preserve Doñana de otros usos, el informe se refiere al ejemplo que están dando los admirados Estados Unidos protegiendo suelo, y a la envidia que supone para la pérfida Europa que España cuente con especies emblemáticas, como la blasonada águila imperial...».
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