
Actualidad
«Mientras yo viva Borja heredará si quiero»
La semana pasada, la Audiencia Nacional desestimó una querella interpuesta por Borja Thyssen contra su madre. Así es, contra su propia madre. El motivo no era por una deuda de honor familiar, por un camafeo o por alguna primera edición de Shakespeare. No, el motivo fue por dinero. Puro dinero. En su día le reclamó a la baronesa Carmen Thyssen, su madre, dos cuadros que aseguraba eran suyos por decisión de su marido, el barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza de Kászon, a la sazón, el hombre que le reconoció como hijo y le dio el apellido.

No es la primera vez que madre e hijo se enfrentan en un juzgado, y todo apunta a que ese lazo umbilical acabe rompiéndose con una fría sentencia judicial. «Mi hijo me quiere mucho y yo también le quiero», dice la madre, pero al otro lado del hilo telefónico puede sentirse una honda amargura. «Es muy triste, nunca se tendría que haber llegado a esto... pero es que no tengo acceso a él para siquiera poder hablarlo».
Lejos quedan los tiempos en los que el barón y su esposa viajaron a Nueva York, donde tenían previsto bautizar al pequeño Borja en la catedral de Saint Patrick. Heine, como llamaba Carmen a su marido, compró un cuadro de Goya, «Mujer con dos niños junto a una fuente», lo colgó en la pared de la suite –la misma de siempre– del hotel The Pierre y, contemplándolo, dijo: «Algún día este cuadro será del niño». El niño no se olvidó cuando se le contaron pasados los años y lo ha reclamado con urgencia, mal aconsejado y con ganas de sacarlo al mercado lo antes posible. Su mujer, la ex modelo Blanca Cuesta, ha sido su mayor apoyo en este pleito.
Una herencia en disputa
El pleito lo ha perdido, y por contra ha dejado abierta una herida sangrante, una descarnada lucha por una herencia muy codiciada: la colección de arte de su madre, formada por más de mil obras. De éstas, 635 están prestadas al Museo Thyssen; el Ministerio de Cultura –según se publicó en el BOE– las valoró en 544,1 millones de dólares para contratar el seguro. Las estimaciones de mercado la sitúan en 700 millones de euros. «Mi colección está protegida», dice Carmen Thyssen. Sabe que su hijo recibe grandes presiones, que está muy mal aconsejado, por su mujer y por su abogado, porque, ¿a qué letrado minímamente preparado se le ocurre aconsejar a su cliente presentar una querella criminal contra su madre, si basta, como luego le recomendó el juez, utilizar la vía civil?
Borja vive confortablemente en una casa «de diseño» comprada por su madre (le regaló dos a él y una a su nuera), vendiendo exclusivas a revistas del corazón para contar el conflicto con su madre, presentando en sociedad a sus hijos (van dos) o dejando ver su cuerpo tatuado por las playas de Ibiza... ¿Es posible que él sea el heredero de esta colección? De momento, no: no tendrá acceso a la colección de su madre «mientras yo viva, y heredará si yo deseo que herede», dice con decisión. Pero insiste: «Borja está preparado, sabe idiomas, sabe de arte, lo ha mamado, pero está mal acompañado...».
Carmen Thyssen ha blindado la colección dictando unas voluntades que impidan que estas obras, llegado el día, puedan salir al mercado. O, por lo menos, no todas, y mantener lo que forma el grueso de la misma a salvo de la vida disipada que lleva su hijo. Admite que lo deja abierto porque se siente defraudada por Borja. Pero vuelve a insistir: «A mi hijo lo adoro. Lo que ocurre es que está perdiendo el prestigio de su nombre y no sabe qué quiere decir llamarse Thyssen».
Todo habría quedado ahí si no estuviese en juego el futuro de la colección de arte de Carmen Thyssen. De momento prestada, o prorrogado el préstamo inicial de once años, y con un futuro incierto porque la situación económica impide que el Estado la compre. ¿Adquirir una colección de arte a beneficio de un joven que gastará el dinero a placer? Es más complicado. La baronesa no es partidaria de la venta, sino del alquiler durante 25 años y que luego decidan el futuro sus herederos: Borja y las dos niñas adoptadas.
Malos consejos
Carmen Thyssen ya denunció en éstas que su hijo podría estar controlado por una secta. No encontraba otra explicación. En su casa, todos son movimientos extraños, gente desconocida... de ahí que un día Borja y su mujer se presentaran en el mismo Museo Thyssen para reclamar el Goya que le pertenece y un Gianquinto, «El bautismo de Cristo», que también le habría regalado el barón. Quizá ese gesto inédito en un clásico litigio por la propiedad de unas obras estaba dirigido a las revistas del corazón.
La decisión de interponer una querella (que siempre es criminal) a su madre sólo tiene esa explicación, además del interés pecuniario de su abogado. Carmen Thyssien ya lo dijo un día: «No sé si tendrá dinero para pagarle». Borja, que es buen chico –insiste su madre–, sacó el hacha de guerra en una entrevista en «¡Hola!» en 2009 en la que dijo ser «copropietario» de la colección de su madre. A raíz de ese extraño movimiento, la baronesa decidió zanjar el conflicto: «No es copropietario, pero si lo deseo será heredero». Sorprende además que sus asesores o, sencillamente, los que están detrás de Borja, desconozan que Carmen Thyssen tiene nacionalidad suiza, donde no existe la herencia legítima, y que sus negocios se rigen por las leyes británicas, las mismas por las que se guió las de su marido.
El fin de la dote
Carmen Thyssen está a punto de cumplir 70 años (nació en Sitges, Barcelona, en 1943) y su hijo cumplirá 35 (Madrid, 1980) en 2015. ¿Y qué más da? Pues sí, y mucho. En esa fecha vence el último pago de la dotación que decidió darle a su hijo. Por un lado, recibe 300.000 dólares anuales. Por otro, tiene asignados tres pagos de 5 millones cada cinco años, coincidiendo cuando Borja Thyssen cumpliese los 25, los 30 y los 35 (en tres partes por año, lo que supone 1,5 millones). El último pago será en 2015 y a partir de entonces se abre una incógnita sobre el futuro económico de su hijo.
Ésta fue una decisión tomada por Carmen Thyssen y lo hizo siguiendo un criterio muy sencillo, puramente maternal: por si a ella le pasaba algo. Lo que vaya a omitir en un futuro también lo va a decidir ella. Y el futuro también dependerá de lo que quedó escrito y firmado en el misterioso «pacto de Basilea», en el que los cuatro hijos del barón, especialmente el primogénito, Goerg Heinrich, y Carmen Thyssen sellaron un acuerdo para repartir las propiedades del viejo magnate. Siempre se ha dicho que Borja Thyssen estuvo al margen de dicho pacto, aunque su madre matiza ahora: «Estuvo, pero de otra manera».
Vida de pleito
María del Carmen Rosario Soledad Cervera Fernández, Tita para casi todos, responde al nombre de Carmen. Se casó en 1985 con el barón Thyssen. La familia del magnate y gran coleccionista del arte no la recibió bien, como marcan las normas. Él dejaba atrás cuatro matrimonios: María Teresa De Lippe, Nina Dyer, Fiona Campbell y Denise Shorto. Con los hijos que tuvo con ellas (Georg Heinrich, Francesca, en la imagen, Lorne y Alexandre) ha negociado la herencia del barón, sobre todo con el primogénito, que está al frente de los negocios familiares, a los que la baronesa renunció a cambio de que los otros renunciasen a las obras de arte y otras propiedades.
✕
Accede a tu cuenta para comentar