Historia

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Náufrago de corcho

La Razón
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Desde que en el periodismo alguien decidió que me dedicase a escribir sobre personas marginales, quise ser uno de los suyos e hice lo que creí que había que hacer para ganarme su confianza y que me aceptasen. Cambié mis hábitos, amplié mis vicios y me alejé de mi vida de antes. En pocas semanas mi agenda social se vino abajo y me encontré metido hasta el cuello en un submundo en el que la salud resultaba ser una lotería y la moral era un estorbo. Un tipo me dijo entonces que un hombre que contiene la orina y vence el sueño tiene mucho camino andado para mantener a raya su conciencia. Supe entonces que en aquel orbe sórdido y amoral regían normas muy estrictas y que muchos hombres y mujeres habían sustituido los principios aprendidos en las escuela, por los vicios adquiridos en la cárcel. Aunque mis frases me abrían camino, estaba claro que en la mayoría de los casos la gramática era en aquel ambiente menos eficaz que la violencia. Y sin embargo, la verdad es que no me costó adaptarme. Siempre se me dio mejor renunciar a los principios que a los vicios, así que a los pocos meses tenía bien asimilada la idea de que me había metido por iniciativa propia en un ambiente turbio, descarnado y elemental en el que había tipos capaces de considerar comida una patada en la boca. ¿Era por eso uno de los suyos? No, no lo era en absoluto. Que me hubiesen aceptado en su ambiente no significaba que fuese uno de tantos en un submundo ácido, casi fermentado, en el que siempre se me consideró un tipo voluntarioso, alguien decidido a malograrse, pero que al final blanqueaba su vida con un trabajo decente ejercido entre personas empeñadas en una lucha sin tegua contra aquella otra sociedad sórdida y amoral que solo emergía a hurtadillas en la consulta del peor urólogo de la ciudad. Me lo dejó claro de madrugada un matón en el club «La Dama del Lago»: «Yo sé que te gusta este ambiente y me consta que te esfuerzas por malograrte. Lo que pasa, amigo mío, es que sólo puedes permitirte una corrupción por horas, un fracaso a tiempo parcial. Luego vas a tu periódico y escribes. Eres como un náufrago de corcho, muchacho. Aunque no lo pretendas, tu trabajo te convierte en un hombre decente. Por eso te digo que en medio de toda esta mierda, tú sólo podrías ser el papel higiénico».