Chamberí

Huracán Malikian

El violinista presenta en Clamores de Madrid su nuevo trabajo junto a Fernando Egozcue

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Habla despacio y como a medio gas. Nos cuesta imaginarle desmelenado. Quizá sea porque en el momento en que charlamos no tiene el violín entre las manos, debajo de la barbilla. Descansa un poquito esta semana y se prepara para actuar el lunes y el martes en la madrileña Sala Clamores, donde el año pasado, casi por las mismas fechas, agotó las entradas. «Allí me siento como en mi casa. Vamos con cierta frecuencia. Es como salir a tomar un café a un sitio que conozco». En la calle Alburquerque, en pleno barrio de Chamberí, aterrizará con Fernando Egozcue Quinteto. Y de nuevo, seguro, que colgará el cartel de «no hay entradas».


Cambiar de bromas
Sonarán la guitarra, la batería, un contrabajo y el violín de Ara a ritmo frenético, aunque el artista asegura que «siempre se crea un atmósfera muy especial, íntima. Siempre tenemos la sensación de estar en el salón propio, rodeados de amigos. Entre el público y nosotros se crea un vínculo, hablamos con la gente. Es algo que necesitamos hacer más o menos cada tres meses». Una cercanía y una atmósfera que en la música clásica Malikian reconoce que cuesta crear y que se antoja más esquiva: «No se por qué se produce esa brecha entre el espectador y el artista. Me molesta la frialdad. Yo creo que hay que compartir esa pasión con quien te escucha; para mí es una necesidad. El público forma parte de la actuación y hay que tomarle el pulso. Me gusta ese sentimiento de pequeño club, tipo Clamores o el Central, que en los ambientes con un aforo mayor se diluye. En un auditorio es más complicado intimar». Cuando a este libanés le tildan de virtuoso dice que no hace caso «porque lo importante es ser músico y la técnica hay que tenerla. Si el virtuosismo no llega o no emociona no sirve para nada. Y sin técnica es bastante más difícil llegar».

En Clamores van a tocar gran parte de su nuevo disco: «Somos una pareja bien avenida que llevamos trece años ya tocando. Él ha hecho un trabajo a medida del grupo. Es una sala muy especial para nosotros donde nos quieren y la gente repite una y otra vez. Casi te diría que conocemos las caras, por eso tenemos que cambiar el repertorio de bromas porque el público se lo sabe», dice mientras se ríe y asegura que a pesar de que vuelven con frecuencia «cada vez damos un poco más y por eso creo que las mesas se llenan. No tenemos secretos». Malikian se ha batido el cobre también con el público infantil. Para él no hay diferencias entre adultos y niños cuando se ofrece un espectáculo: «Yo no cambio mi interpretación. La regla número uno es no tomar a los niños por tontos sino por seres inteligentes. Para ellos no toco de una manera especial, aunque los chavales muestren una mayor sinceridad y cercanía. Son curiosos, preguntan mucho, todo les interesa, quieren saber el por qué de cada cosa».

¡Viva Spotify!
A pesar de que estos días ande un poquito más relajado de lo normal tiene la agenda a tope. «Pagagnini funciona muy bien. No queda ningún rincón en España donde no lo hayamos representado, por eso hemos decidido salir de gira. En breve estaremos en Francia y Argentina». Y en el mes de julio le espera un concierto en Pedraza, dentro de los conciertos de las velas. Y deja escapar un «será muy emocionante».

Cuando el tiempo le deja, como ahora, ensaya y monta nuevos espectáculos. Y escucha música, «de todo. Con Spotify es tan sencillo: la clásica, el jazz, músicas del mundo, lo último que sale, como Lady Gaga o Rihana. Y también artistas españoles». Como un huracán.


Payo Bach
Tiene un disco a punto en el horno. Y la experiencia sólo podía llevar su firma: flamenco y Bach. «Me rondaba la cabeza y ya está ahí». ¡Vaya fusión! Y lo explica: «La música de Bach es tan universal que ensambla con cualquier género de manera natural, es un músico mestizo. Hemos grabado pensando en el directo, en los conciertos que vendrán». Se llamará «El payo Bach». El violín, confiesa, se lo ha dado todo, «he vivido con él siempre. Me siento más a gusto con él que sin tenerlo. A veces pienso que tendría que plantearme hacer una terapia para saber cómo se está sin él», bromea.