Huelgas
Reagan nuestro líder por Martín PRIETO
Había que dar imagen de tipo duro y el Gobierno lo ha hecho con los controladores. Quería conquistar a la sociedad sacando músculo y al verlo, más que tranquilizarnos, los españoles estamos asustados
El párroco de un pueblito castellano era un santo varón, pero imbuido por los ejercicios espirituales de San Ignacio sometía a sus feligreses a unas homilías dominicales apocalípticas sobre las infinitas penas del infierno hasta que un fiel le espetó: «Padre, ya sabemos que no hemos de pecar, pero, por favor, no nos acojone». Podríamos decirle lo mismo al Gobierno a cuenta de los pecados capitales del sindicato de controladores, club de intereses que lleva la penitencia en el linchamiento que ha sufrido. Y la ley de Lynch sólo tuvo vigencia cuando quedarte sin caballo suponía la muerte. También resultaron irritantes los pilotos de Iberia hasta que la crisis del sector, las quiebras, las fusiones y la reestructuración de su mercado laboral les dejó en empleados distinguidos. Un hombre tan admirado por nuestros socialistas como Reagan, despidió más de once mil controladores sin cerrar el espacio aéreo ni generar caos, y resolviendo hasta hoy las huelgas africanas en las torres.
El maniqueísmo de Ormuz y Ariman conduce al pensamiento blanco. Ni el Gobierno está libre de culpas ni los controladores son hijos de mala madre como les apostrofan los viajeros perdidos. AENA (Gobierno) es el doctor Frankenstein que ha creado el monstruo, por idiocia, irresponsabilidad, permitiendo que un controlador ganara novecientos mil euros al año haciendo extras hasta dormirse sobre la consola. AENA-Frankenstein tenía que haber sido privatizada por el Gobierno mayoritario de Aznar, y sólo Dios sabe por qué no se atrevió. Ahora los socialistas van a poner en almoneda y por porciones al gigante recosido y no para financiar riqueza y empleo sino para pagar deuda del Estado. Con el precedente del cierre del espacio aéreo gallego (llave para abrirse al Atlántico) el Gobierno sabía que habría plantón donde más pecado hubiera y podía haber militarizado con tiempo al gremio sin desatar un huracán sobre una taza de té. Pero esta firmeza de mentón alzado gusta a la sociedad. El nuevo Gobierno de hierro ha impresionado dos telediarios, y había que hacer algo. Llevamos en la masa de la sangre el placer por el puñetazo en la mesa y el «usted no sabe con quién está hablando» y se ovaciona a los ministros que hinchan pecho. Había, además, que sacar a pasear la Constitución. Con esta machada llegan a las uvas.
La Constitución estadounidense es la decana de las existentes porque ha sido continuamente enmendada adaptándose a los tiempos. La británica carece de texto puntual, se nutre de costumbres ancestrales y avanza con el Derecho consuetudinario.
La larga Constitución
La española han durado poco para su corrección y son prolijas hasta la náusea y de un utopismo que envidiarían los versos de Tomás Moro. La de 1812 establece en su artículo 6 que es obligación de los españoles ser justos y benéficos. La vigente, más larga que un día sin pan, no es menos celestial y garantiza el trabajo con remuneración suficiente (45) o vivienda digna (47), de lo que se infiere que unos cuantos millones de españoles están fuera de la Constitución. No obstante la tenemos sacralizada y para el voto municipal de los extranjeros comunitarios sólo cambiamos una coma para evitar un referéndum. Ni el Rey el 23-F ni Aznar el 11-M apelaron a las cautelas constitucionales. Zapatero ya tiene su asterisco en la historia por tocar a rebato y poder inmovilizar personas, allanar, requisar o poner a un ciudadano en trabajo forzado. Con el Congreso de asueto y el Rey en América. Demasiada alarma para españoles alarmadísimos. La Constitución hay que tocarla como a las mujeres: pidiendo permiso y con mucho cuidado.
Post scriptum. UGT y CC OO permanecen mudos porque no queriendo una ley de huelga ¿cómo van a mediar con sindicatos profesionales que desprecian?
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