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Conciliar

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Siempre que sale en la conversación la palabra conciliar me embriaga un desagradable sentimiento de culpa que me acompaña desde que soy madre. Tal y como están las cosas en esta sociedad nuestra, trabajar fuera de casa implica disponer de muy poquito tiempo para los hijos y hacer mil malabarismos para llegar a todo. Al final, las madres solemos sufrir más que los padres –que están si pueden y si no, no, y ya está–, y vivimos torturadas cuando estamos en el trabajo pensando que deberíamos estar con nuestros hijos, e igualmente atormentadas cuando estamos con nuestros hijos, pensando que deberíamos estar en el trabajo.
Oscar Wilde decía aquello de «dadle a una mujer un motivo para sacrificarse y la haréis feliz», pero no es que nos guste sacrificarnos, es que muchas veces no nos queda otro remedio. En un mundo perfecto, los horarios de los españoles se volverían europeos y los hombres asumirían que conciliar es cosa de todos y no de todas, pero en el que vivimos, en el que nos toca, sólo nos queda ser creativas y resolutivas.
Eso implica optar por el empleo a tiempo parcial, tratar de descubrir fórmulas para trabajar desde casa o, en el peor de los casos, renunciar a nuestra actividad laboral, para no tener que pagar la tan carísima como imprescindible ayuda… Pero como hagamos lo que hagamos nunca nos parece suficiente, y mucho menos se lo suele parecer a nuestros hijos, nos toca sacrificarnos y aprender a ser felices, no gracias al sacrificio, Sr. Wilde, sino, precisamente, a pesar de él.

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