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Juan Vicente Herrera no es ese ser perfecto e incomparable que sus aduladores se emperran en presentarnos. Pero encarna como pocos en España al político honesto, capaz de trabajar honradamente desde la sencillez y la entrega discreta al servicio de lo público. Frente a la moral degrada por la codicia, Herrera representa la recta intención. Es verdad que le falta un punto de negociante y que le cuesta, a veces, abrir los ojos con tiempo, pero sólo tiene una obsesión: la de ser útil. Vive para ello. La gente lo siente como uno de los suyos. Lo ven de verdad «de igual a igual», como gusta decir el malvado Foces. Herrera, en fin, es como es. No le gusta apurar ni el mal ni el bien. Pero sabe hacerse a todos. Este es, tal vez, su gran arte. Durante estos diez años, hemos visto como era capaz de meterse en el bolsillo a muchos que sin compartir sus ideas, no por eso dejaban de sentir por él una confianza personal absoluta. No creo que haya nadie, incluso entre sus adversarios, que no coincida en esto. Herrera siente debilidad por las gentes humildes, que se esfuerzan en el día a día y aborrece, por más que lo disimule, de impostores y farsantes. Lo ha demostrado sobradamente durante estos diez años. Otra cosa son los peajes que el clientelismo partidista le obliga a pagar y que paga religiosamente, por la cuenta que le trae. Por suerte para él, sabe reírse de sí mismo. Eso, tal vez, explique muchas cosas. Estoy persuadido de que el Presidente tiene que estar asistiendo horrorizado al merengue que, en torno a su persona, provoca este décimo aniversario. Pero hay cosas que no se pueden negar: los índices de progreso y calidad de vida nos sitúan a la cabeza de Europa. Hemos crecido en bienestar y en convivencia. Castellanos y leoneses nos queremos ahora más y mejor. Ésta es, para mí, la sustancia de estos diez años, más allá de todas esas bellezas que cuenta el redactor jefe de La Razón en las piadosas columnas de aquí al lado sobre la familia, la formación, la atención a las personas mayores y el consenso. Pues sí, aún suponiendo que tampoco sea para tanto, como dice el líder de la oposición, Óscar López, seguro que está de acuerdo con este gacetillero en que pocos se lo han currado y se lo curran como Herrera en la cofradía pepera, en la España autonómica, desde aquel 27 de febrero de 2001, fecha en la que un burgalés era designado, por sorpresa, candidato a la Junta, provocando el berrinche de más de uno.