Suecia
Lorenzo Caprile: «Ojalá Sara Carbonero se acuerde de nosotros para el vestido de boda»
Aunque es filólogo, lo suyo es la aguja y el hilván. Gracias a su buen hacer con la tijera y los tules, entró por la puerta grande en el armario de la Casa Real: desde el traje de novia de doña Cristina hasta el vestido de inspiración goyesca que lució la Infanta Elena en la boda de la Princesa de Suecia, sin olvidar el espectacular traje rojo que diseñó para doña Letizia y con el que hizo su aparición estelar ante la realeza de medio mundo. Para saber cómo viste a «sus novias» y cómo desnuda al mundo, nos citamos en Gaudí, su librería de cabecera
-Especializarse en trajes de novia y ceremonia es jugar en primera división.
-Más que gustarme los trajes de novia en particular, me gusta sus medidas, el taller... es el único terreno que queda como para una obra de teatro familiar: madrina, novia...
-¿Es necesaria mucha psicología para vestir a la gente en ese gran día?
-Es como un músculo que se va desarrollando con los años.
-Porque no sólo se elige a un modisto por su talento, ¿no?
-Llámame modista. No dices periodisto, ni taxisto. Es una aberración lingüística. Por matizar más: somos costureras.
-Si lo dice un filólogo, me callo... Decía que si le elegirán también por su empatía.
-¡Claro! Hay gente con la que tienes química desde el primer instante y eso se ve en el trabajo.
-En el inconsciente colectivo de muchas está ese traje de princesa...
-¡Y gracias a los cuentos de hadas vivimos todo mi equipo y yo!
-La prueba del nueve de un vestido, ¿es el espejo o los ojos de la madre y «acompañantas»?
-Es el espejo pero es donde menos se miran. Confían más en la palabra de su amiga íntima, quien a lo mejor está rabiosa porque le ha quitado el novio y la quiere hundir.
-¿Las feas dan mejor resultado que las guapas?
-Mucho más, porque las guapas ya vienen subidas, crecidas y meten la pata.
-¿Lo que usted hace es arte efímero para un día de duración?
-(Risas) Puede ser. ¡Pero qué día! La cosa puede resultar maravillosa.
-Ha vestido a mucha gente, pero, ¿a quién desvestiría?
-Eso no se dice en público, ¡pero a muchos!
-Carla Royo-Villanova fue su primera novia, ¿es así?
-Fue mi primer encargo. Luego, llegaron muchas otras.
-Amparo Corsini, Sandra Falcó, Morucha Galatas, las Espinosa de los Monteros o la Infanta.
-La mejor publicidad es el boca a boca. En una boda, la media son 400 invitados, y 200 son mujeres. Te recomiendan unas a otras.
-Ahora la novia de España es Sara Carbonero.
-¡Ojalá se acuerde de nosotros para su vestido! Es una mujer bellísima y con mucha clase. Pero además me gusta su discreción, cómo está llevando el revuelo mediático. Por no hablar de que es el tipo de mujer que me gusta vestir: latina, bella, con formas... De rompe y rasga.
-¿Y a la Duquesa de Alba?
-¡Me encantaría! Los dos vamos a nuestro aire, a nuestro rollo. Empatizaríamos muy bien.
Escuchando los vestidos
-¿A quién se ha quedado con ganas de vestir para el altar?
-A Inés Sastre. También a Rocío Jurado, que era un «monstruo» maravilloso de mujer. Me gusta la fuerza, la personalidad, que sean raciales. Esa belleza a lo Kidman, fantasmal, no me va nada.
-Si fuera mujer y se casara... ¿se lo haría usted mismo?
-¡Noooooo! Como un peluquero no debe cortarse el pelo él mismo. Se lo encargaría a Christian Lacroix.
-Mi madre decía: «Si se te ven los hilos, es que no has pagado a la modista».
-(Risas) No es así. Simplemente, si hay mal rollo y poca empatía, la creatividad se atasca.
-Hay dos hitos en su trayectoria: el rojo de Doña Letizia y el de boda de la Infanta Cristina.
-¡Síííííí! Ha habido otros, como el de Amparo Corssini, que aún me traen los recortes para que lo reproduzca: tipo inspiración griega, con plisado fortuny...
-Cuando trabaja para la Casa Real, ¿vienen a su taller o se desplaza usted?
-¡A ti te lo voy a contar!
-¿Y dónde se guarda para que no se filtre nada?
-Con el de doña Cristina circularon leyendas urbanas: que si habíamos hecho cuatro trajes, que si yo tenía una llave para proteger el secreto... Todo es mucho más sencillo.
-¿Es cierto que tiene en el baño el traje de novia de Barbie?
-(Risas) Lo he tenido hasta hace nada. Era un ideal porque me traía recuerdos de cuando jugaba con mi hermana.
-Estudió Filología. ¿Se puede hacer un tratado del vestir en la literatura?
-De hecho, era una de mis posibles tesinas. Empecé a investigar en la obra de Galdós, porque se fijaba mucho en cómo vestían sus protagonistas. Por ejemplo, en «La de Bringas». Era muy «machirulo» y cascarrabias, pero, amén de gran escritor, tenía mucha sensibilidad para la ropa.
-¿Cuál es la falta de ortografía mas grave de un traje?
-Como dijo Oscar de la Renta, no hay trajes feos o bonitos, sino mujeres equivocadas y, a veces, muy equivocadas.
-Si existe un zapato armenio de 5.500 años..., ¿cómo imaginaría el traje que lo acompañaría?
-Vamos hacia una involución en nuestro aspecto. La moda, como tal, sólo existe en los medios. La ropa de todos los días es muy parecida a la de hace miles de años: prendas sueltas, que no aprieten, fáciles de lavar. Dentro de nada, seremos una reliquia para los museos.
-Por su indumentaria los conocerás...
-Sí, y es como en «el sexto sentido»: tengo que cerrar los ojos para descansar, porque escuchas a los vestidos y toda la información que recibes es abrumadora.
-¿Cómo visten nuestros políticos?
-Muy aburridos y con muy poca gracia, la verdad. Algunos cometen cada aberración...
-Es que, ¿qué puede hacer un hombre salvo cambiarse las corbatas y las gafas?
-El corte evoluciona de una forma más lenta que en la mujer, pero es que ellos no se arriesgan nada.
-¿Ha seguido el curso político?
-En argot de mi gremio: todos nuestros políticos necesitan un buen lavado y un buen planchado.
-¿Proyecta dar el paso a la novela?
-Voy a talleres literarios, pero ahora no. Cuando me retire, que espero que sea de anciano.
-¿Qué tendencia explorará este año?
-Mis palos son muy definidos, pero estoy en una fase más ligera de construcción: drapeados, formas suaves... Estoy más cerca del que lució doña Cristina.
-Si fuera una tela...
-Sería un raso duquesa o un tafetán doble. Tejidos con los que me pudiera esculpir.
Un «antidivino» para el día del «sí, quiero»
Llega motorizado, con ropa informal y posa con soltura. Nos cita en la librería Gaudí porque quiere aprovechar el viaje para dejarse un dineral en libros. La dueña le adora. Se conocen desde críos y me confiesa que allí «escribe la carta a los Reyes Magos y la de cumpleaños». Se le ha remedado tanto por su particular timbre de voz, que tengo la sensación de estar ante un imitador en lugar del Caprile real. Resulta cauto, inteligente, «antidivino» y cariñoso, pero a una le queda la sensación de encontrarse con él en un tiempo en que no está, como si la belleza le hubiera convocado mientras yo me afano en preguntarle.
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