Historia

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Desaparece el «meublé» más antiguo de Barcelona por Jesús Mariñas

La Razón
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Lo que no pudo la censura, la más estricta moral o la crisis monetaria, lo han conseguido ciertos planes urbanísticos que en Barcelona buscan expansión sobre la plaza Lesseps y aledaños. Se llevan por delante un siglo de placer, tropelías, engaños matrimoniales y escarceos. Adiós a La casita blanca, el más señero «meublé» barcelonés que mantenía la tradición de casas de citas compartida con El Regás, otro clásico del género. Un cronista ciudadano como Lluis Permanyer casi le dedica una oda elegíaca por lo mucho que el local hizo disfrutar.

Lo de «casita blanca» se lo pusieron porque era un encanto ver su terrado lleno de sábanas al sol. Siempre presumieron de discrección y limpieza, y para llegar hasta el cuarto correspondiente había una especie de laberinto para mantener el anonimato de la clientela. Quizá fue el precedente de los «moteles» brasileños llenos de lujo, exotismo y servicio cinco estrellas. En lo ahora liquidado por la grúa municipal barcelonesa primaba el clásico terciopelo rojo. Lástima que se pierdan ejemplos vivos de otra época, porque el renacido «Molino» nada tiene que ver con lo que fue y divirtió en tiempos de doña Vicenta, Bella Dorita, La Maña y Jonhson, el de las cejas arqueadas. Impactó a Fellini cuando lo descubrió, algo que también ocurrió con Dalí, que era asiduo y lo pasaba en grande, igual que solazándose con la barroca decadencia dorada de La Paloma.

Una Barcelona irrecuperable, ¡ay!, prodigaba permisividad sin perder el tono clásico. Es lo de la mujer engañada asidua al Liceo, que presumía con las amigas de que «la nuestra –la tercera en discordia– es más guapa que ninguna». De ahí que en el libro sobre «Bastardos y Borbones» José María Zavala evoque que Alfonso XIII fue introductor en España de la pornografía fílmica. El conde de Romanones, abuelo de Natalia Figueroa, se las traía del extranjero. Pero el monarca quería más. Hasta proporcionó argumentos para tres películas a la productora barcelonesa Royal Films. No cabía duda así de su inspiración con «El ministro», de 20 minutos, «El confesor» (!), con la misma duración y «Consultorio de señoras», de tres cuartos de hora. Fueron realizadas entre 1922 y 1926 y restauradas hace veinte años por la Filmoteca de la Generalitat Valenciana, que entonces dirigía Ricardo Muñoz Suay. Una aportación doblemente histórica, no cabe duda, como a lo largo y ancho de los últimos cien años lo fue La casita blanca. Muchos la llorarán, y se entiende tal lagrimeo añorador.