Valencia

Los intereses creados

La Razón
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No existe mejor definición de la manera de impartir justicia de algunos jueces. La escribió Jacinto Benavente en «Los intereses creados», obra que estrenó ayer con gran éxito José Sancho en el Rialto de Valencia. El pícaro Crispín le pregunta al juez instructor si habrá tierra suficiente para enterrar un proceso y el magistrado contesta: «Bastará con puntuar debidamente algún concepto»: ‘‘Y resultando que no, debe condenársele…''», fuera la coma y dice: «y resultando que no debe condenársele». Sólo así se entienden determinadas resoluciones judiciales. Hace días supimos que el padre de una de las niñas asesinadas en Alcacer ha sido condenado a un año y tres meses de prisión –lugar donde la justicia no ha logrado enviar a los asesinos de su hija– por un delito de injurias graves y calumnias. La justicia –el juez de turno– entiende que el padre descalificó al fiscal y al juez, y a los forenses y a la Guardia Civil, por llamarles «ineptos», «torpes» y «personajes de tebeos» en un programa de televisión. Es curioso ver lo humillados que se sienten los jueces cuando un ciudadano valora su trabajo y la doble vara de medir que utilizan para juzgar hechos que les atañen a ellos. En los últimos días hemos conocido sentencias en las que los jueces encuadran dentro de la libertad de expresión insultos como «zorra», «puta» y «asesino», también pronunciados en platós televisivos convertidos, ante la pasividad judicial, en baratas sucursales de juzgados. Sin embargo, a ellos les llaman torpes y el estado de derecho hace aguas. Habría que ver sus sentencias si fueran sus hijas o sus madres las insultadas. Sus señorías se meterían el derecho al honor y la libertad de expresión en el mismo lugar donde esconden el sentido común. He aquí el tinglado de la antigua farsa...