Museo del Prado
Retrato de un joven artista
El Museo del Prado inaugura el próximo lunes una impresionante muestra de más de noventa pinturas y dibujos sobre la precocidad y el talento del joven Van Dyck
MADRID- El hombre muere justo donde comienza el genio. El talento es una sombra que siempre se ha abierto paso a costa del individuo que hay detrás, de sus materialidades y pequeñas insignificancias. Van Dyck hizo leyenda enseguida, y ya en su primera juventud quiso emanciparse de ese Antonio heredado y bautismal. El mito de un pintor se levanta por defunción del nombre propio y exaltación del apellido, que es el depositario natural y metafórico de la genética creadora. Y él, que alcanzó la perfección de manera prematura, redondeó ese desprendimiento a los veintidós años, justo antes de abandonar Amberes y partir hacia esa Italia de visita obligada, dejando atrás la tierra natal y una obra fecunda, sorprendente; un conjunto de 160 obras, en las que fue abandonando los titubeos de la adolescencia y se engendraron la seguridad y el pulso que despertarían en su madurez.
Emulación y carácter
El Museo del Prado, en una exposición patrocinada por la Fundación BBVA, repasa, a través de noventa pinturas y dibujos, ese periodo asombroso que va de 1615 hasta 1621, de los 15 a los 22 años. Una selección que traza el retrato simbólico de un creador que se movió siempre entre la firmeza de su originalidad y la fama perturbadora de Pedro Pablo Rubens, quien le tuteló y acogió en su taller. «Es el relato de un gran pintor que se movió entre la emulación de su maestro y el carácter propio», explicó Miguel Zugaza, director del Museo del Prado durante la presentación de esta muestra, que la Reina inaugurará el lunes y el martes se abrirá al público.
Una selección de trabajos que parten de ese autorretrato indisciplinadamente genial que recibe al público. Lo compuso con quince años y las posibles tachas preludian ya las virtudes del elegante retratista que sería en el futuro.
Un aspecto interesante de esta exposición –«que es la demostración –subrayó Zugaza– de que una muestra no es sólo una idea, sino que conlleva una investigación que se materializa cuando llega al público»– es el contraste del Van Dyck joven que vemos y la obra de ese pintor adulto que retenemos en la memoria, con esos retratos pulcros y precisos a los que debe su reputación y por los que se recuerda casi siempre (aunque no hay que dejar de observar los retratos de hombre y mujer de 60 años de 1618). A través de estos lienzos y esbozos tempranos asoman los forcejeos que el pintor sostuvo con la anatomía, las dificultades que encuentra a la hora de reflejar los contrastes de sombra y luz, y su manera de aplicar la pintura, como queda patente en la sangre del Cristo de «La lamentación», de 1618. Es un artista que en ocasiones se revela con todo su temperamento excepcional, algo que le conduce a experimentar con los géneros y las formas, pero que también se muestra sumiso con Rubens, al que se parece en algunas de sus composiciones, como, por ejemplo, en «Sansón y Dalila».
La paradoja es que el Van Dyck joven parece más «genio» en estos primeros óleos de su carrera que en el esplendor de su pintura genial y perfecta, donde las promesas ya son certezas y la enseñanza se ha asentado en una reposada maestría. «Es uno de los niños prodigio más talentosos. A los 18 maneja el pincel de una manera con la que sólo unos pocos pueden soñar –explicó Friso Lammertse, conservador del Boijmans van Beuningen Museum de Rotterdam, uno de los comisarios de la exposición–. Van Dyck persigue entonces un estilo personal».
El recorrido es una amplia trayectoria que enseña cómo el artista tentó todos los formatos, desde los pequeños y medianos hasta los más grandes, y cualquier tema que se le ofreciera. La falta de biografía, de documentos que esclarezcan el origen de estas piezas y de lo que hizo durante este periodo, no nos permite ahondar en si él escogía los motivos de las telas o se los imponían. Pero el misterio también es una forma de resplandor.
La imagen
UN MAL ESTUDIANTE
A Van Dyck no le interesaba estudiar, sólo el lápiz. De ahí que enseguida pasara al taller de Van Balen. Ahí adquirió sus primeras lecciones. Que se le daba bien la pintura lo demuestra «Retrato de un hombre de sesenta años», de 1613, que realizó cuando tenía 14 años. Una genialidad al alcance de pocos. El talento artístico provenía de su madre y su abuelo. Un don que tendría que poner a prueba ante Rubens. De hecho, en algunos momentos, pintaba como un «antirubens».
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