Dos papas santos
La resaca de la verdad
Alcanzado por el tiempo, como él asume en su cernudiano libro de memorias, Guerra ha elegido el Congreso de los Diputados para el crepúsculo igual que Julio Camba se aclimató a pasar los últimos años de vida en una habitación del Palace. En este PSOE de peinados y barrios altos, donde para trepar es más necesario tener un buen estilista que haber leído a Pablo Iglesias, Guerra es detectado por bibianos y pajines como una figura que ha burlado a los bedeles del museo de cera para plantarse en la Carrera de San Jerónimo. La generación que se acuerda del 23 F porque ese día se libró de la clase, pensará que Guerra ha salido de un libro de Historia. Como sabe jugar al billar con las palabras, un solo golpe, seco y sardónico, su «señorita Trini», ha descrito las postrimerías del régimen: la señorita, igual que Bambi, es Zapatero. Pero, pese a su condición de abuelo de la tribu, al que se le tolera decir la verdad a gritos porque está fuera de la línea de poder, le han obligado a reconvenirse. Y él, que no tiene edad para asegurarse canonjías sino pequeñas libertades, se ha plegado a las exigencias de... Pajín y Bibiana. Si Guerra, que acumula quinquenios desde que el PSOE cabía en un taxi, se ha retractado, cómo depositar esperanzas en las señales de humo avivadas por Barreda. El presidente de Castilla-La Mancha se achispó con licor de verdades y luego no pudo soportar la resaca. El sábado, los mismos fieles que le aplaudieron por rebelarse el viernes, le volvieron a aplaudir por volver al punto de partida.
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