Ciencia y Tecnología
Ciencia e interés compuesto por Ramón TAMAMES
El motor del progreso económico, dijo en cierta ocasión el gran economista John Maynard Keynes, es «la ciencia, asociada al interés compuesto». Dando a entender la perentoria necesidad de investigar para conseguir la más alta «eficiencia marginal del capital», como decía él, o la mayor competitividad, como decimos ahora. Lo cual debe hacerse de manera continua y acumulativa, y eso es, precisamente, el interés compuesto. De modo que un país o una empresa que se preocupa por seguir esas pautas estará en el buen camino de la modernización permanente. En el sentido apuntado, ahora se habla mucho de I+D+i, una expresión de adición, podríamos llamar «segundo término de la ecuación del progreso». O un algoritmo en el cual si la investigación (I) es importante y si el desarrollo (D) es consecuencia lógica y rentabilizadora de la investigación, la i de innovación, no lo es menos. Incluso cabría decir que sin innovación, el I+D carece de sentido. Todo lo dicho se sintetiza en la idea de la empresa schumpeteriana, como visión universal de lo que es una entidad en permanente progreso. Concepción que se debe a Joseph Schumpeter –el más importante estudioso de las doctrinas económicas en su «History of Economic Analysis»—, que caracteriza al empresario que más actúa en la línea del avance a través del I+D. Por lo demás, la idea de la empresa schumpeteriana se relaciona con la del «capital endógeno». Un concepto surgido de una serie de economistas: los Premios Nobel Solow y Schultz, con ulteriores contribuciones de Romer. Autores, todos ellos, que resaltan la necesidad de aprovechar los recursos locales inmediatamente disponibles. Y por último, la empresa schumpeteriana/endógena en nuestro tiempo no puede perder de vista en ningún momento la cuestión del medio ambiente. Es decir, debe aspirar a la contaminación y el vertido cero, a la autonomía energética y a la conciencia ecológica. Ni más ni menos.
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