México
Toros sin escolarizar
Llegamos a la plaza con la noticia en la boca, como si el regreso de José Tomás hubiera inundado todas las neuronas. Por fin, resucita José Tomás, el torero. El mito. El rey del ruedo que a punto estuvo de morir colgado del pitón de un toro en su México del alma hace ya más de un año. Un siglo nos ha parecido a muchos. Regresa. Fecha y sitio. 23 de julio y Valencia.
Corría la noticia como la pólvora por los tendidos de Madrid. Su plaza, en la que derramó sangre para llevarse la gloria. En ese cambalache de ideas estábamos, para darnos de bruces con la tercera de la Feria de San Isidro de Madrid. La corrida de José Escolar. Un corridón de toros, con peso, remate y pitones para despertar una ovación en el tendido de salida y un susto en los burladeros. Las distancias cortas para estas cosas no deben ser de agrado.
El camino de la sugestión nos atrapó temprano, y por eso se ovacionó a un toro, primero del sexteto, que tomaba el engaño a la primera, medio que a la segunda y rebañaba al tercer viaje sabiendo cuántos y quiénes participaban en el juego. Le tocó a Rafaelillo, que de habitual sabe lidiar este tipo de toros como un as, pero no estuvo solvente. La clave: no enseñó lo suficiente cómo era el toro, aunque el público no quisiera ver. O no se percataron de que en una de esas, al tercer o cuarto pase, el toro se le metió por dentro y le rajó la chaquetilla. Un navajazo. Un aviso serio, más que eso. La fragilidad de Rafaelillo con el toro hizo concebir mayores esperanzas en el de Escolar y la gente se posicionó a las claras.
Le volvería a ocurrir con el cuarto, descaradísimo de pitones, kilométricos y mirando al sol. El de Escolar fue por el mismo camino, se tragaba el primero, racaneaba el segundo y si tenías valor, ponte a sacarle el tercero. Rafaelillo, que nos tiene acostumbrados a asustarnos, recogió el armamento y se llevó la bronca.
El sexto de Alberto Aguilar no le hizo pasar un buen rato. ¿Y a alguien sí? Avisó desde primeras que sus ideas las tenías claras: por un lado muleta y justo detrás al lado, torero. Suerte fue matarlo, salir andando de la plaza y que el toro no te haya quitado sitio para la siguiente. El tercero se desplazó en la muleta a su aire, aunque nunca jamás le verías metido en el engaño. Lo de humillar jugaba en otra liga. Digno Aguilar. Valiente torero.
Fernando Robleño nos dejó los únicos momentos toreros de la tarde: las verónicas de recibo al segundo metiendo los riñones. Fue un paréntesis, como si fuera otra corrida, otra tarde. Olvídense después. Duró poco el toro, nada bueno por cierto, se rajó y ahí Fernando intentó justificar lo que no sé si tenía justificación. El quinto fue un desgraciado. Midiendo, metiéndose por dentro, buscando, rebuscando.
Hemos quedado entonces con José Tomás el 23 de julio. Doce o catorce tardes este año, no más, dice Salvador Boix, su apoderado. Las que pueda el maestro, que para muchos, volver a verle en un ruedo es un milagro. Aquel mensaje anunciador de la gravísima cornada forma parte de los peores recuerdos: «José Tomás herido muy grave en México. Le dan la EXTREMA UNCIÓN». Bendita reaparición. José Tomás resucita.
Madrid. Tercera de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de José Escolar, bien presentados, imponentes, con peligro y muy complicados en general. Primero y cuarto fueron ovacionados. Rafaelillo, de violeta y oro, pinchazo, media, cuatro descabellos (pitos); estocada perpendicular, descabello (pitos). Fernando Robleño, de grana y oro, bajonazo (silencio); pinchazo, estocada (silencio). Alberto Aguilar, de azul pavo y oro, pinchazo, media (silencio); media, descabello (silencio).
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