Museo del Prado
«Aquí está Rafael»
La frase forma parte de su propio epitafio. El Museo del Prado repasará en una amplia exposición la última etapa pictórica del artista renacentista
ROMA- Rafael falleció de manera prematura, a los 37 años, la misma edad que tenía Mozart al morir, dejando en la pintura la pregunta de hasta dónde habría llegado con su arte. Llegó a Roma, proveniente de Urbino, como un artista más, sin renombre, y, al morir, se le enterró en el Panteón de la Ciudad Eterna –fue el primer creador en recibir este privilegio– en medio de grandes honores. Su epitafio resume en pocas palabras lo que logró con su «maniera»: «Aquí está Rafael: la naturaleza temió quedar vencida por él cuando vivía y morir si él moría». Junto a Leonardo y Miguel Ángel, encarnó a aquella terna de pintores que dejaron atrás las dos antiguas formas de afrontar la pintura y la arquitectura.
El gran miedo
Rafael aprendió del autor de «La Gioconda» la dulzura y el esfumato, pero supo despojar a sus figuras de los claroscuros y el misterio que Da Vinci lograba imprimir en sus telas, generando una nueva tipologia de vírgenes – «Madonna del Granduca», «Madonna de Loreto», «Madonna Sixtina» o «Madonna de la silla», que han dejado una estela de seguidores. De Buonarroti asumió la monumentalidad de sus figuras (estaba decorando la Capilla Sixtina cuando el de Urbino llegó a El Vaticano para trabajar en su decoración), pero él consiguió ampliar la variedad y tipología. Un aprendizaje continuo que provenía de un miedo íntimo: quedar obsoleto. Rafael presenció cómo su maestro, Perugino, perdió en un instante su prestigio y su fama al entregar una obra. El público le recriminó que había hecho lo mismo. Cayó en desgracia. Su pupilo no olvidaría la lección. «Por eso siempre intentaba innovar», cuenta Miguel Falomir, comisario científico de la exposición «El último Rafael», que el 12 de junio abrirá en Madrid el Museo del Prado. Una muestra que repasará la etapa final de este creador, que decoró las estancias vaticanas y que mantuvo una enemistad con Miguel Ángel, al que, sin embargo, él homenajeó al retratarlo en el fresco «La escuela de Atenas». La figura de Heráclito representa al escultor y se introdujo en el mural después de que la hubiera terminado. «Cuando se inauguró El Prado, la atracción era Rafael. Entonces se tasaron los cuadros y él era el más valioso, por delante de Velázquez», explica Falomir. El academicismo arruinó el legado de Rafael, que, paradójicamente, había sido un innovador de la pintura. En su obra aparecen todas las tipologías de movimientos, figuras y edades –desde el joven al anciano–, como reflejan las estancias vaticanas. En estas habitaciones, donde trabajó durante los papados de Julio II y León X, se aprecia la evolución. Llegó como uno más, pero enseguida se convirtió en el único pintor de las dependencias papales. En los frescos se ve cómo va dejando su inicial rigidez para ir desplegando su talento, apoderándose con sus pinturas del espacio arquitectónico. En su «Liberación de San Pedro», en la llamada «Stanza de Heliodoro», realizó el primer nocturno de la historia del arte al representar el cautiverio del discípulo de Cristo en medio de la noche. Una imagen que ilumina, únicamente, con la luz de las antorchas. Rafael, influenciado por Miguel Ángel, evolucionaría hacía figuras de mayor tamaño, de anatomías más corpulentas. Y lo hizo con una genialidad que muy pronto le convirtió en el creador de referencia para aprender a pintar desde el sigo XVI al XIX. Cuando se produjo la reacción contra lo académico, Rafael cayó en desgracia.
La muestra, que recorre el retrato, la obra religiosa y la profana, intenta redescubrir precisamente, la importancia de este artista que rivalizó, con una importante serie de tapices, con el techo de la Capilla Sixtina, y que fue considerado un pintor de pintores en su época.
LA ÚLTIMA OBRA MAESTRA
La terminó y murió. «La Transfiguración», que conserva la Pinacoteca Vaticana, es el último cuadro de Rafael. Una obra dividida en dos partes. La superior, con un tono sagrado, y la inferior, con una escena religiosa de tintes terrenales, donde el artista desplegó su maestría. «Así pintaba cuando falleció. Si hubiera vivido veinte años más, ¿hasta dónde habría llegado?», se preguntó Miguel Falomir, coordinador científico de la muestra. El pintor se empleó a fondo para derrotar a Sebastiano del Piombo, el rival que promovía Miguel Ángel contra él, que realizaba «La resurrección de Lázaro». El Prado conserva una copia de la tabla de Rafael realizada por Giulio Romano y Gianfrancesco Penni. Y a su alrededor se ha organizado una sala para explicarla.
UN AMOR LETAL
Giorgio Vasari, en «las vidas, afirma que «Rafael era una persona muy enamoradiza y aficionada a las mujeres, y estaba dispuesto a servirlas». Y lo hizo siempre. Agostino Chigi, que le encargó un fresco y la decoración de la loggia de la Villa Farnerina, llegó a ponerle una estancia para que yaciera con su amante, conocida como «La Fornarina» (a la dcha.), y que así no desatendiera sus obligaciones con el arte. Vasari narra: «Extralimitán- dose en sus placeres amorosos, sucedió que una de las veces cometió más excesos de lo habitual y volvió a casa con fiebre». Según el cronista, el artista murió por esta causa. Y también por un mal médico, claro.
- Cuándo: desde el 12 de junio al 16 de septiembre.
- Dónde: Museo Nacional del Prado. Madrid.
- Cúanto: 12 euros. Tel. 91 330 28 00.
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