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Dudas sobre Libia

La Razón
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Está claro que Gadafi no es una persona de fiar. El mundo conoce su historia. Lleva rigiendo los destinos de Libia con mano de hierro desde 1969, cuando encabezó un golpe de estado que destronó al rey Idriss. El régimen inclasificable que implantó en Libia ha utilizado la retórica del socialismo, del panarabismo, de la defensa del islam y de la unidad africana. Pero está claro que nada se ha movido en Libia sin la aquiescencia del coronel excéntrico e histriónico que funge de líder de la revolución. Y que su fin último ha sido detentar el poder sin cortapisas ni límites.

Gadafi no ha vacilado en utilizar el terrorismo en el pasado. Los atentados contra la discoteca La Belle, en Berlín, contra el vuelo Pan Am 103 sobre el cielo de Lockerbie o contra el vuelo UTA 772 en D'Jamena, todos ellos en la década de los 80 del siglo pasado, son una muestra de su falta de escrúpulos y de su crueldad. La Libia de Gadafi sufrió desde 1992 sanciones internacionales por esos hechos. Eso no le impidió al régimen sobrevivir e incluso tratar de adquirir armas de destrucción masiva que le permitieran garantizar su permanencia.

Es muy posible que fuera la intervención en Irak lo que hiciera cambiar de opinión a Gadafi. En 2003 el régimen libio anunció su renuncia al terrorismo y a desarrollar programas de armas de destrucción masiva. Gadafi quería atenerse a las reglas de la convivencia internacional sin tener que hacer concesiones en el interior. Pero todo ha cambiado con la ola de revueltas que sacuden el norte de África y Oriente Medio.

Los autócratas de la región han visto cómo en pocas semanas han caído sus colegas de Túnez y Egipto, algo impensable hace tan sólo unos meses. Pero Gadafi ha decidido seguir otro camino. No dejará el poder sin luchar hasta el final. Y para preservar su poder no tiene escrúpulos en reprimir a sus ciudadanos de la forma más brutal.

La reacción de los países occidentales ha sido cuando menos confusa. La resolución 1.973 del Consejo de Seguridad que llama al establecimiento de una zona de interdicción aérea ha sido aprobada con diez votos a favor y cinco abstenciones. La resolución 1.441, de noviembre de 2002, que amenazaba al régimen de Sadam Hussein con «graves consecuencias», fue aprobada por unanimidad. Las operaciones militares, indispensables para hacer efectiva esa «no-fly zone» , carecen de un liderazgo claro. Tampoco parece que los objetivos de las acciones militares estén definidos. Nos engañaríamos si pensamos que la represión en Libia acabará sin que Gadafi sea expulsado del poder. Durante años la dictadura del coronel ha sobrevivido con un estricto régimen de sanciones internacionales sin que nadie en el exterior se preocupara por la represión interna. Ése sería el mejor escenario para Gadafi en la situación actual.

Lo que está en juego en toda la región es de una trascendencia difícil de calibrar. Hay una oportunidad para la liberalización y para la democracia. Pero no está claro que los demócratas vayan a ganar ni que las protestas y revoluciones acaben en regímenes mejores que los que ahora sufren los países de la región. Libia es un reto para la coherencia de los principios de las naciones democráticas. La mejor garantía para la estabilidad está en la extensión de la democracia y la libertad. Fiar esa estabilidad a regímenes despóticos es un juego de alto riesgo.