Cine

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Lección de Berlanga

La Razón
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Es una lástima que Berlanga no esté vivo, porque además de divertirse horrores habría hecho otra película genial con su propia canonización, que se instruye estos días con unción, veneración y asombro general. Cuando la gente del cine decide movilizarse, no ahorra en gastos que otros pagan, y esta vez ha quemado todas las reservas de incienso. Un espectáculo soberbio y digno del imperio austrohúngaro en su máximo esplendor. Está bien que así sea. Nada es tan edificante como el llanto del discípulo ante el catafalco del maestro. Sin embargo, con tanto botafumeiro se corre el riesgo de ocultar tras el humo su lección principal y a muchos turiferarios se les ha ido la mano, tal vez porque la lección magistral de Berlanga es un espejo en el que no todos pueden mirarse sin que se les caiga la cara de vergüenza. El mejor cineasta español demostró reiteradamente que ni el poder político abusivo, ni las penurias presupuestarias, ni las dificultades técnicas son enemigos invencibles para el artista con talento. Sin subvenciones, sin prebendas y sin amiguetes en el sindicato vertical de turno construyó obras maestras que rejuvenecen cada año que pasa. El cine español atraviesa por una etapa muy crítica y harían bien sus mandarines en examinar, a la luz incandescente de Berlanga, qué quieren hacer con él, si un negocio mediocre y subvencionado al amparo de la camarilla política o una industria que potencie el talento en vez de la pleitesía ideológica y conquiste a un público desencantado que desertó hace años del patio de butacas. Nunca tuvo el cine tanto dinero a su disposición y nunca han sido tan irrelevantes sus productos. Lamentablemente, no han aprendido nada de Berlanga, de su crítica al gobernante, de su desapego del poderoso, de su tozuda independencia. Causa perplejidad que un director general de Cine (Ignasi Guardans) denuncie la existencia de fraude con dinero público, de favoritismos, de derechos de pernada y de comportamientos cuasi mafiosos y ni un solo cineasta se haya levantado de la siesta para exigir luz, taquígrafos y un gramo de dignidad profesional. Berlanga, que fundó la Academia del Cine, nunca miró para otro lado. Será por eso que ahora lo quieren canonizar de súbito, no sea que resucite y los deje a todos en cueros.