Distribución

Producción primaria

La Razón
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Durante años, ha imperado una concepción de la cadena agroalimentaria con un reparto de roles y responsabilidades tan poco equitativo como ineficaz, a efectos de asegurar la inocuidad del producto final. La misión del productor primario se centraba en producir cantidad y, en la medida de lo posible, calidad. La garantía de seguridad alimentaria aparecía como una obligación que comenzaba en los eslabones intermedios de la cadena. Cabría concluir, por una parte, que el productor primario se quedaba demasiado lejos del consumidor y, con ello, tampoco facilitaba que los últimos eslabones de la cadena respondiesen verdaderamente a las necesidades de aquél; por otra, se convivía con un sistema de aseguramiento de la aptitud para el consumo en el que el reparto de fuerzas y responsabilidades, en pos de la consecución de un producto final seguro, resultaba heterogéneo. Un sistema poco equitativo en cuanto al desajuste esfuerzo/resultado, y claramente ineficiente. Y, lo que era más grave: Al restringir la consecución de garantías de seguridad a los eslabones terminales, se perdían oportunidades de oro para afianzar esa seguridad desde los primeros pasos. A la falta de eficiencia se sumaba, en ocasiones, la duda sobre su eficacia. Con el advenimiento de la doctrina y normativa comunitarias que afianzaron el principio «de la granja a la mesa», se ha ido consolidando un sistema en el que el productor primario participa activamente en la génesis de la seguridad y la calidad, y está igualmente llamado a la innovación. Para dar la respuesta adecuada a ese nuevo planteamiento, había que corresponder con un modelo de intererrelación entre todos los eslabones de la cadena. Y, particularmente, entre el productor primario y la industria de transformación, reproduciendo los esquemas de coordinación y entendimiento afianzados ya entre la transformación y la distribución. Un modelo basado en la estabilidad, la transparencia y la confianza mutua. Acertado.