Amnistía fiscal
El pisacharcos por José Luis Fernández Peña
Aprecio a Garzón, con sus aciertos y errores. Le intuyo como una persona con ternura interior, como un niño togado. Ha tenido un comportamiento valiente y eficaz en algunas actuaciones y también decisiones, como la que ahora le lleva al banquillo, manifiestamente mejorables. De entrada, que un juez o un yerno ilustres pasen por este trance es un síntoma de normalidad democrática. Quienes le defienden a ultranza y observan una caza de brujas en su contra caen en desmesura. Quienes sólo lo alcanzan a ver como un izquierdista interesado o un prevaricador sin fronteras se exceden de igual modo. Ni héroe, ni villano. Conviene llevar las cosas a su término medio para concluir en un juicio honesto. Incluso, bien pensar que la dimensión y la complejidad de su trabajo, como al de tantos otros Magistrados de la Audiencia Nacional, le ha podido llevar en ocasiones a extralimitarse. A Garzón su paso por la política le ha marcado y ello contamina los juicios que sobre él o su trabajo se realizan. Cada caso en el que asoma la nariz es a ojos de la opinión pública un jardín o un charco en el que se zambulle. El no los esquiva y a nadie deja indiferentes. Se entregó eficazmente para salvar a Felipe González cuando los brotes negros de la corrupción asfixiaban al PSOE y su imagen se asoció a una victoria in extremis. Cuando el juez pasó factura por los servicios prestados, no cuadraron las cuentas con los deseos y se armó la marimorena. Volvió a la carrera y desde entonces sus causas tampoco cuadran. Su imagen y notoriedad pública se ensancharon. También los prejuicios. Complicado y explosivo brebaje el que se obtiene de una coctelera en la que se agitan política, judicatura y notoriedad pública. Suerte maestro.
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