Crítica de libros
Galgo dormido (III)
Según yo lo veo, hay en el ambiente emocional de las vacaciones algo que recuerda la comprensible amoralidad que rige durante las treguas tensas e intermitentes en tiempo de guerra, mientras las asistencias recogen a los heridos, los enterradores sepultan a los muertos y en las parras se descuelgan las uvas abatidas por el eco de la artillería, vendimiadas como gangosas hernias de mosto por la sobrecogedora fonética de los obuses. Del mismo modo que la guerra deja en suspenso los modales y las conciencias, las vacaciones suponen una moratoria en la contención de los vicios y la pérdida momentánea del escrúpulo en las comidas. Olvidamos en vacaciones las recomendaciones del médico, igual que en las treguas del combate son indiferentes los soldados a las instrucciones morales de su religión y al recuerdo doctrinal de sus dioses y cenan con la escudilla apoyada en el vientre de un cadáver. Tiempo habrá de reflexionar al acabar el verano, cuando, como sucede después de las batallas, comprendamos que aquel fue un tiempo de comprensible desenfreno estacional en el que no había en nuestra conciencia una sola recomendación dietética capaz de frenar la aromática tentación de las sardinas recién asadas, ni un solo remordimiento que pudiese en nuestras emociones más que el instinto animal de sobrevivir al combate aun al precio de llevarnos por delante la vida de otro hombre. En el disfrute del placer estival, como en el desenfreno de la guerra, quedan en suspenso la moral y la dieta, y las actitudes que antes habíamos disimulado con las apariencias caen en desuso para dar paso al imperio de los impulsos, al exultante dominio de las gandulas sobre los pensamientos. Aun reconociendo que la humanidad ha prosperado sobre todo gracias a la reflexión, es difícil negar que a veces los seres humanos necesitamos deponer la razón para que por un momento rija nuestras vidas el instinto. Estoy de acuerdo en que muchas de las grandes conquistas modernas son atribuibles a la sabiduría de quien logró la división del átomo, pero no es menos cierto que a veces tampoco está nada mal que sintamos dentro de nosotros la emoción que produce el aprovechamiento social del despiece de la ternera. No importa que la indolencia estival no sea un memorable hallazgo de la inteligencia humana.
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