Trípoli
Niños que dibujan tanques y muertos
La escuela de Aarsal en Líbano acoge a los refugiados sirios y los ayuda a superar los traumas de la guerra
AARSAL (LÍBANO)- En una pizarra "veleda"con un rotulador rojo, la maestra escribe palabras en inglés que los alumnos leen en voz alta. Los despachos y almacenes de una vieja cooperativa agraria se han trasformado en aulas con sillas y mesas de plástico de esta escuela improvisada para refugiados sirios.
"Nos preparamos para el peor escenario, por eso queremos que aprendan inglés y francés para que puedan ingresar el próximo curso en las escuelas libanesas", comenta Samir Ismail, responsable del proyecto educativo en Aarsal de la ONG italiana Terre des Hommes, dentro de un programa para niños refugiados sirios de Unicef.
"Sin el conocimiento de un idioma extranjero los niños sirios serán rechazados en cualquier colegio público o privado de Líbano", insiste el responsable educativo, que teme que la situación en Siria no mejorará en mucho tiempo.
Alrededor de 700 familias numerosas de la provincia de Homs, que han huido de los bombardeos de las fuerzas de Bachar al Asad, han encontrado refugio en esta localidad libanesa de 45.000 habitantes, que comparte 60 kilómetros de frontera con Siria. Después de 15 meses de conflicto, que ha dejado más de 15.000 muertes, y con pocos visos de mejorar, muchos sirios han perdido la esperanza de poder regresar en un futuro cercano a sus hogares.
A Ismail le llama la atención que en su centro sólo haya 70 niños matriculados, cuando más de la mitad de los refugiados en la ciudad fronteriza libanesa de Aarsal son menores de edad. "Los padres tienen miedo de que sus hijos salgan de casa, por eso no vienen muchos a la escuela", explica Ismail.
Aarsal es la única localidad de mayoría suní en el valle de la Bekaa, feudo de la milicia chií Hizbulá, que apoya al régimen sirio. Aunque hasta la fecha sólo se han producidos incidentes aislados, y algún que otro secuestro más por motivos económicos que ideológicos, los vecinos temen que puedan estallar enfrentamientos entre suníes y chiíes como los ocurridos en la ciudad portuaria de Trípoli, donde al menos 13 personas han perdido la vida en los últimos meses.
Rayat tiene 12 años, pero su mirada ha perdido la inocencia. Su tono de voz es tan bajo que apenas se le oye. Rayat echa mucho de menos su casa en al Qusair (localidad fronteriza siria en la provincia de Homs), a sus amigos del colegio y a sus primos. "No soy feliz aquí quiero volver a mi casa. Jugar con mis amigas y visitar a mis primos. Los echo mucho de menos", insiste la niña.
Rayat llegó con su familia hace cuatro meses a Aarsal, después de que su vivienda fuera destruida en un bombardeo. La niña, sus otros seis hermanos, sus padres y su abuela materna lograron huir, pero su abuelo murió en un puesto de control del Ejército sirio. "Mi abuelo tenía problemas para andar y usaba un bastón. Unos soldados lo detuvieron, le quitaron el bastón y le pegaron con él. La paliza le provocó un ataque al corazón y murió", suspira al recordar el amargo momento.
"La mayoría de los alumnos de la escuela tienen algún tipo de trauma psicológico", apunta Noor, la trabajadora social. "En mis clases les digo que dibujen lo primero que se les venga a la cabeza y muchos niños pintan tanques, armas de fuego o personas muertas", subraya la educadora, antes de agregar que "la guerra está siempre presente. La mayoría de estos niños han perdido familiares, han visto como asesinaban a gente, o los han bombardeado".
La revolución siria ha condicionado tanto las vidas de estos niños que incluso cuando las maestras les animan a entonar una canción, siempre son arengas contra Asad o canciones sobre la caída del régimen. "Cuando ocurre esto, les obligamos a dejar de cantar y buscamos otra canción. Nuestro objetivo es tratar de que olviden todo lo que han visto y han vivido", insiste Noor.
Con estás terapias los niños sacan lo que llevan dentro, y muchos han conseguido mejorar. "Son niños que han visto cosas terribles. Pero ahora, muchos de ellos, son capaces de divertirse, de volver a reír y de olvidarse de sus problemas", insiste la educadora. Aunque, reconoce Noor, "necesitarán años y ayuda psicológica para recuperar la normalidad".
Marwan es uno de estos casos. El pequeño de siete años y su hermano mayor, de nueve, vieron morir frente a sus ojos a su padre. El suceso ocurrió 15 días antes de que abandonaran Al Qusair para refugiarse en Líbano.
Su padre simpatizaba con la revolución popular para derrocar a Asad. En una redada nocturna, las milicias "sabiha"(matones del régimen) irrumpieron en la vivienda, la saquearon y después los sacaron al patio y ejecutaron al padre delante de la familia. "Ninguno sabíamos qué le pasaba a Marwan. Es un niño nervioso, de movimientos tensos, que de repente ríe y al momento se pone a llorar", explica Noor, hasta que un día descubrió la tragedia por la que había pasado el niño.
Aisha tiene siete años y se ha vuelto a hacer pis en la cama. Es una niña muy retraída y apenas juega con sus compañeros. Su hermano de cuatro años murió por los disparos de un francotirador, cuando regresaban de visitar a sus abuelos en el coche familiar. Su madre también resultó herida en el hombro por el impacto de una bala. Por fortuna, la bala salió del cuerpo de la madre de Aisha y por eso no falleció.
"Sus padres están muy preocupados, temen que la muerte de su hermano pueda causarle un trauma psicológico, y que lo vaya a arrastrar el resto de su vida", advierte la profesora. Noor confiesa que en ocasiones se le encoge el corazón y sin poder evitarlo rompe a llorar.
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