
Castilla y León
OPINIÓN: A francisco arzobispo de Burgos

He leído en la prensa sus palabras acerca del sacerdocio: «¿un regalo para el mundo?». Y, como ayer celebramos el día del seminario, las he agradecido porque, con ellas, los sacerdotes podrán recordar lo que son: un regalo. Que los humanos podamos ser para nuestros semejantes un regalo es algo que no siempre depende de nosotros.
Pero lo que sí depende de cada uno es que nuestros semejantes sean o no un regalo para nosotros. Por eso, en un día como el del seminario, es oportuno recordar lo que el sacerdote es para los demás. Pero también lo es preguntarnos qué somos los demás para el sacerdote.
Uno no puede saber lo que su propia persona vale para los demás si no sabe lo que los demás valen para él. Uno no es ni hace nunca regalo alguno. Son siempre los otros el regalo, el verdadero regalo. El único regalo que podemos ser o hacer es la gratitud. Cuando el Maestro pregunta a sus discípulos: «¿y vosotros?, ¿quién decís que soy yo?», yo pienso, padre, que lo que espera de ellos es la gratitud, la alabanza de la que brota siempre la confesión de fe.
La confesión de fe no es una autoafirmación de lo que uno es. Es una afirmación de lo que el Otro es para uno. Cuando pienso en los que son o serán un día sacerdotes no puedo dejar de preguntarme por su manera de ver el mundo que nos rodea, si lo ven como un enemigo, como un problema o como un regalo.
Hoy parece estar de moda verlo como un problema. El problema es que verlo problemáticamente es verlo desde la perspectiva de lo que uno puede hacer por él. Pero, para poder hacer algo por los demás, uno tiene que dejarse querer, regalar por ellos. Que así sea en nuestra vida, padre.
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