Grecia

Cuidado con el virus de Soderbergh

Después de ver «Contagion», tocar el pomo de una puerta o un simple apretón de manos parecen las acciones más imprudentes que imaginarse pueda. Una tos, un estornudo o una imperceptible gota de sudor en tu compañero de butaca despiertan febriles sospechas.

Cuarentena. La apocalíptica cinta de Steven Soderbergh inquietó al público de la Mostra, que pudo ver el rapado que luce Matt Damon (abajo)
Cuarentena. La apocalíptica cinta de Steven Soderbergh inquietó al público de la Mostra, que pudo ver el rapado que luce Matt Damon (abajo)larazon

La película de Steven Soderbergh, que ayer se presentó fuera de concurso en la Mostra, se gana en pleno derecho el título de gran ficción «conspiranoica» a los diez minutos de proyección. Su modelo es el viejo cine de catástrofes y el «thriller» político de los setenta –según Soderbergh–, con «Todos los hombres del presidente» como referente. Un virus infecta un complejo sistema celular –el cuerpo, la sociedad– que está a punto de desmoronarse, pero lo que más le importa al director de «Sexo, mentiras y cintas de vídeo» –a un paso de tomarse un respiro sabático, cuando ruede los tres proyectos que tiene entre manos– es el procedimiento por el cual la comunidad científica intenta detener su devastador avance.

Buena parte de la eficacia de «Contagion» proviene de su vocación realista. Soderbergh y su guionista, Scott Z. Burns, insistieron ayer en destacar la ingente investigación previa a la escritura del guión, fundamental para que cada una de las fases de esta pandemia, una hiperbolización de la gripe asiática, fuera plausible. Así las cosas, la película no pierde ni un segundo en ponerte en situación: lo primero que oímos es, sobre una imagen en negro, la tos del personaje de Gwyneth Paltrow, que está por llegar a su casa después de un viaje de negocios a Hong Kong.

La rapidez con que se transmite el virus –por el aire, por contacto– parece infectar a la velocidad con que la película extiende sus garras y atomiza los focos de atención narrativos. Imposible dar cuenta de ellos en tan poco espacio: la urgencia con que Soderbergh afronta la producción de sus filmes contamina por completo el ADN de las imágenes de «Contagion». La habitual frialdad de su estilo priva de cualquier sentimentalismo las muertes: los cadáveres se acumulan sin tiempo para que nadie llore su pérdida, los personajes carecen de más profundidad psicológica que la de su instinto de supervivencia. No importa el caché de las estrellas que nos acompañan en este viaje apocalíptico: Matt Damon, Kate Winslet o la citada Paltrow, cualquiera de ellos puede toser en el momento menos pensado.

El bloguero conspirador
Cuando un periodista le preguntó por la relación simbólica del virus con los desastres de la crisis económica, Soderbergh se echó a reír. «No hay metáfora. El virus es el virus. Nos interesaba hacer una película con un protagonista que no habla, pero que la gente sólo habla de él». Sin embargo, es innegable que «Contagion» también pone bajo su microscopio otro tipo de virus, el que infecta a la sociedad de la información. Ahí está el personaje de Jude Law, un bloguero que se dedica a difundir teorías «conspiranoicas» para denunciar los intereses financieros de la industria farmacéutica y el silencio aprobatorio del Gobierno. «Queríamos que funcionara como contrapunto», explica Soderbergh. «Por un lado, es el responsable de elaborar teorías alternativas a la oficial. Por otro, es el que ejerce presión sobre las instituciones para que encuentren una solución».

Viendo el retrato desolador que la película hace de este gurú internauta, y el comentario insidioso («un blog no es más que un graffiti con puntuación») que el jefe del centro de control de enfermedades (Laurence Fishburne) suelta al referirse a él, cualquiera diría que Soderbergh no confía demasiado en la red. No obstante, defiende al bloguero: «Cree lo que cree, no es un cínico».

«Pollo con ciruelas», segundo largometraje de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud después del éxito de «Persépolis», es cualquier cosa menos cínico. Despide ese aroma poético, heredado del cómic y del cine de animación, que Jean-Pierre Jeunet convirtió en marca registrada en «Amélie», aplicada en este caso al retrato de un artista desencantado con la vida que, un día, decide encerrarse en su habitación para esperar a la muerte. Nasser Ali, el artista en cuestión, interpretado por Matthieu Amalric, es un violinista inspirado en el hermano del abuelo de Satrapi, así que todo queda en casa. La película, deliberadamente episódica, repasa la vida de Nasser Ali mezclando trampantojos dibujados, segmentos de animación e imagen real pasada por el filtro de una elaborada posproducción.

El resultado es tan vistoso como cansino: desesperada por buscarle las cosquillas al público, por caerle bien a toda costa, «Pollo con ciruelas» prefiere explotar la vena amable y populista de su cuento de hadas que acurrucarse en la melancolía que invade, al final, a su protagonista.


El gimnasio de Lanthimos
Difícil sobrevivir a una película como «Canino». No sólo por ser responsable de poner por primera vez a Grecia en la carrera hacia los Oscar, sino por la singularidad de su estilo. En parte es lógico que Yorgos Lanthimos haya repetido la jugada en «Alps», aunque la perfecta y hermética extravagancia de «Canino» se haya deslavazado en un conjunto de momentos «freaks» que pretenden, y sólo pretenden, ser ingeniosos. «Alps» comparte con «Canino» preocupaciones temáticas –familia disfuncional, la arbitrariedad del lenguaje–, pero se muestra incapaz de darles un marco narrativo convincente donde desarrollarse. Cuatro personas se reúnen en un gimnasio para constituir una asociación solidaria que ofrece su ayuda a gente que ha perdido a un familiar sustituyendo a éste temporalmente. Una de ellas se rebela, actuando por libre. En «Alps» cualquier acto revela su condición teatral, su dimensión de representación, pero Lanthimos no sabe explotar el potencial de su discurso más allá de la acumulación de «sketches» más o menos chocantes.