Estreno
La ternura
Es un sentimiento corriente y natural en el hombre, como la angustia, la alegría, la melancolía...Todo sentimiento tiene su reflejo en el arte. Y, como todo sentimiento, se puede fingir, falsear y ser utilizado hipócrita e interesadamente, empleado como distintivo característico de una profesión. Las azafatas de vuelo y las monjas de hospital nos hablan con una solícita ternura, programada por su trabajo. Durante siglos, la clase monástica y eclesial adopto un tonillo tópico de piadosa ternura, un tonillo bajo de tono, gangoso y gazmoño, que era su mayor distintivo social. «Hablar con las narices», como comúnmente se dice, daba pábulo a la parodia y el chiste: «Hermano, ponga más narices en el "sécula seculorum"». Ese deje peculiar, tal forma de expresarse, se fue mitigando por el tiempo y el miedo social a ser demasiado reconocible como tópico recurso de una casta para relacionarse con el prójimo. Y acaso, dominarlo: «el tono de la hipocresía». Pero hay un detalle trágico que nos desazona: ese tonillo, convertido en naturaleza, no se podía disimular y era un indomable delator en tiempos de persecución de la Iglesia.
Que la hipocresía se exprese con ternura, hace de la ternura un elemento sospechoso que, socialmente, es necesario contener y administrar con tacto, para que no se nos juzgue débiles, frágiles y vulnerables. Por lo cual, también suele suceder lo contrario: que con instinto defensivo, se adopte un tono seco y objetivo, que también es hipócrita en el fondo. Los que quieren parecer duros, también tienen su tonillo característico, que también es satirizado en el cine y en el teatro. Los guapetones y los machos duros de pelar hacen tanta gracia como la Brígida del Tenorio.
Pero volvamos a la ternura, que es un sentimiento de doble filo, manipulable, explotable, que nos pudiera perjudicar y engañarnos. Un ejemplo de lo más gráfico y patente es el «ternurismo» en el arte. Así como, ahora, no vemos el menor asomo de ternura en las películas de Tarantino y sus secuaces, en los juegos electrónicos para niños y aun en los dibujos animados, en los años cuarenta del siglo pasado –cuando nos dominaba una dictadura implacable, cuando el mundo se estremecía ante la crueldad de la bomba atómica, cuando se iniciaba una guerra fría llena de miserias bélicas y antibélicas – se puso de moda ese dichoso «ternurismo». En el cine, en el teatro, en la novela…
¿Qué pasaba? ¿Es que el mundo se estaba volviendo bueno, piadoso, tierno, frágil y vulnerable?
Nada de eso, cada vez peor, lo cual daba pábulo a aquel antídoto, especialmente programado por Hollywood y por los intereses proamericanos. Y como quiera que fuese, algunas de aquellas grandes producciones fílmicas cuentan como obras maestras en la historia del cine. Si no las recordamos, podemos refrescar la memoria citando «Qué bello es vivir», «Vive como quieras», «Capitanes intrépidos»… En verdad eran admirables y sugestivas, y el público salía de aquellos espectáculos con una cara de torta feliz y hasta secándose las lágrimas. En aquel tiempo yo tenía relación con tres hermanas encantadoras y sonrientes que sólo iban a las películas «de llorar». Y se sabe lo que abundaba en esas películas: una ternura de carne de membrillo, una ternura de merengue, que al final terminaba produciendo ternura. Señas de que esa ternura programada por el negocio terminaba contaminándonos a todos por igual.
Y es lo contrario que sucede ahora. En cualquier película que quiera llamar la atención del público, las notas de ternura nunca vienen a cuento, son incluso un peligro para la producción. Los guionistas tienen mucho tacto y las posibles notas de ternura sirven de contraste para hacer reír y bajar la tensión en aquel Apocalipsis de tiros y persecuciones en coche, crímenes, apoteosis, reventón y juicio final. No se contentan con menos unos espectadores sedientos de sangre.
No nos sintamos aterrados por esto, ni pensemos que es un signo de fin de los tiempos. No pensemos en Apocalipsis. La naturaleza humana era tan aviesa, interesada e hipócrita entonces como ahora.
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