
Cataluña
La zorra y el gallinero

La alegre muchachada de Esquerra Republicana no quiere dejar los coches y la moqueta. Se acercan las elecciones catalanas y Puigcercós, el líder asambleario de los independentistas ya le ha lanzado el primer gran guiño a Artur Mas por si necesita de sus votos para gobernar tras el 28 de noviembre. Aquí estamos, ha dicho, para garantizar políticas sociales y luchar contra la corrupción. ¡Ja, ja, ja!, que risa que la zorra se ofrezca para ser quien cuide del gallinero los próximos cuatro años después de ocho de desmanes, excesos, gastos sin control con subvenciones cuando menos extravagantes, viajes de Carod Rovira abriendo «embajadas» que de nada sirven salvo para gastar sin tino y coches oficiales tuneados del todavía president del Parlament, el señor Benach, a quien se le deben poner los pelos como escarpias sólo de pensar que se tiene que poner otra vez el uniforme de conserje. Nada han respondido desde Convergencia i Unió a la generosa oferta de Puigcercós, entre otras cosas porque tras el patinazo de su visita al notario en los comicios anteriores para firmar que jamás pactarían con el PP al que tanto echan ahora de menos en Madrid, en La Moncloa, Artur Mas ha interiorizado que nunca hay que decir en público de este agua no beberé. Pero me da a mí que de necesitar a alguien para la investidura y para mantener una cierta estabilidad no van a ser los elegidos estos independentistas tan progres y tan iconoclastas a los que les gusta una poltrona más que a un tonto una tiza. Quizá Puigcercós se haya creído a pies juntillas que el soberanismo de Mas va más allá de la campaña electoral. Una cosa son los sentimientos y otra el poder, aún cuando en España estemos acostumbrados a que aquellos se manipulen desde los partidos para conseguir unos votos que, quizá, serían más que dudoso si la decisión ante la urna se tomara únicamente con la cabeza. CIU ha demostrado sobradamente en las últimas dos décadas que su sentido del Estado está muy por encima de sus sueños, y gracias a sus apoyos el último Felipe González y el primer Aznar pudieron gobernar con una holgura razonable. CIU en el poder modula inteligentemente sus mensajes y entiende a la perfección el sentido práctico de la cosa pública, y ambas cosas han brillado por su ausencia en los años de tripartido donde el PSC y Montilla han sido prisioneros, cuando no cómplices, de las locuras de Esquerra y la ineficacia manifiesta de Iniciativa per Catalunya que, por si alguien aún no lo sabe, es la versión de Izquierda Unida en aquella comunidad autónoma. El gran error de los socialistas catalanes ha sido «traicionar» a su electorado natural echándose en brazos de quienes exigen la «pureza de sangre» para poder vivir tranquilos en Cataluña. Con el Tripartito se han llegado a extremos que en 23 años de gobierno de CIU, con Pujol al frente, ni se rozaron. En Convergencia hay gente con un fuerte sentimiento nacionalista, ciertamente, pero la frivolidad que hemos visto en los altos cargos de Esquerra es impensable observarla en la formación que parece estar llamada a regresar al Palau Sant Jordi. No son de tercera fila los líderes de CIU que en privado, y en ocasiones en público, aseguran que un gobierno suyo en Cataluña y uno del PP en Madrid sería bastante mejor para España que lo que hay ahora.
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Estío gubernamental