Crítica de libros
Diálogo imposible
En todo hay modas, también en las palabras. El prefijo «post» es, desde hace varios años, uno de los de mayor éxito. Empezamos por ser post modernos, hace tiempo ya, y hemos acabado viviendo, tras la llegada de Obama a la Casa Blanca, en sociedades postraciales, postideológicas e incluso postpartidistas. No se lea esto con ironía: la llegada de los demócratas al poder ha cambiado los datos de la realidad en muchos terrenos, y utilizar el prefijo «post» es legítimo en bastantes casos, más de los que a veces estamos dispuestos a conceder. Uno de ellos es la cuestión religiosa.
Entre otras muchas razones, Obama alcanzó la Presidencia norteamericana porque supo reintroducir la religión en la propuesta demócrata. Así se distanció de una posición letal para los suyos, como fue, durante años, el latente y a veces militante laicismo demócrata. Por volver al famoso prefijo, Obama es, en cierta medida, un presidente post secular, posterior a un tiempo en el que el secularismo triunfaba como la única actitud compatible con la realidad moderna. En esto reside su mayor diferencia con Rodríguez Zapatero, al que tanto se parece.
Sarkozy también supo detectar el aire de los tiempos al principio de su Presidencia, cuando lanzó el diálogo con la Iglesia católica con el concepto de nueva laicidad. Y Marcello Pera, liberal, profesor y senador italiano, lo acaba de definir en un libro fascinante que titula «Por qué debemos considerarnos cristianos» (Editorial Encuentro). Durante su presentación en Madrid, Marcello Pera planteó un problema que antes otros habían presentado de forma más abstracta.
Su libro –explicó– está escrito por un laico y destinado a un público no obligadamente cristiano. A pesar de todo, se encuentra siempre hablando en círculos cristianos. Hubo un tiempo –¿se acuerda?– en el que todo el mundo preconizaba el diálogo. Era, justamente, cuando el secularismo triunfaba. Ahora el debate sigue abierto, pero con el secularismo más discutido que antes, e incluso en retroceso, parece que los laicistas, o muchos de ellos, no quieren debatir, no quieren hablar, no quieren dialogar. Otros hemos tenido experiencias similares en campos distintos, menos trascendentes, como la historia. Hay quien no sabe vivir sin monopolios.
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