Literatura

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Indignación real ya

La Razón
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Nadie se libra de ese amarillismo que practican algunos medios de comunicación que juegan con la intimidad. ¿No habíamos quedado en que una de las grandes virtudes de nuestro Rey era su campechanía y casticismo? Pues que nadie haga aspavientos por su reacción del pasado martes cuando mostró su Real hartazgo ante tanto rumor y tanta maledicencia sobre su estado de salud. Claro que tiene goteras, y quién no a partir de determinada edad. Don Juan Carlos no es ningún chaval pero, hasta el momento, nadie ha ofrecido datos serios y contrastados que hagan presumir que haya algo más. Aquí nadie se libra de ese amarillismo que practican algunos medios de comunicación que juegan con la intimidad y la dignidad de las personas desde la más absoluta impunidad. Y para ello se apela al sacrosanto argumento de la libertad de expresión, aunque sus límites se traspasen un día sí y otro también. Es cierto que no es precisamente la figura del Monarca la que encabeza el ranking de las víctimas de tanto friki que pulula por algunas pantallas, ondas hertzianas y papel cuché. Ni mucho menos, pero no es menos cierto que la frivolidad con la que se habla de su salud ha crecido de manera exponencial en los últimos meses. Me van a permitir que cuente algo personal muy ilustrativo. Hace once años tuve que someterme a una intervención quirúrgica y estuve fuera de juego cerca de un mes. Un día, mientras me reponía en casa de un amigo en la costa malagueña, recibí una llamada que me dejó estupefacto primero, e indignado después. Mi interlocutor me contó que un famoso colega le había asegurado que me encontraba en una clínica norteamericana poco menos que a punto de cascar a causa de una enfermedad incurable que no había remitido con el tratamiento. Lo genial de esta historia es que quien me llamaba era el dueño de la casa de la playa en cuestión, y cuando le dijo a su informante que la realidad era muy distinta, el colega, con un par, le contestó que su fuente era inmejorable. Pues basándose en esas fuentes inmejorables, cada lunes y cada martes, Don Juan Carlos tiene que desayunarse con una nueva falsedad sobre su estado físico. Por eso no es de extrañar que ante la simple, y seguramente ingenua, pregunta de «¿cómo se encuentra?», le saliera ese real cabreo que llevaba creciendo en silencio mucho tiempo. Si aquí todo el mundo tiene derecho a desahogarse no sé por qué razón el Rey no puede hacerlo sin que alguno de los hipócritas de guardia, que los hay en número considerable en este país nuestro, se escandalice. Además, la ventaja de nuestro Rey es que tiene un enorme sentido del humor que se abrió paso inmediatamente después de su primera reacción un tanto brusca pero comprensible y disculpable. Un dolor de rodilla por una vieja lesión deportiva es motivo más que suficiente como para estar irritado. Por mucho menos, algunos de esos famosillos de pacotilla que inundan algunos platós se hartan de decir ordinarieces incluso en horario infantil y aquí no pasa nada. Señor, que lo de la rodilla salga bien, que le necesitamos en forma.