Bilbao
Sergio Aguilar sigue grave
El torero Sergio Aguilar, que este domingo ingresó en el Hospital de Cruces para ser intervenido del traumatismo maxilofacial que presentaba, tras una cogida en la plaza de Vista Alegre de Bilbao, se encuentra en estado grave, pero evoluciona favorablemente de sus heridas. Vea aquí las imágenes de la cogida
Sergio Aguilar echó sobre el albero bilbaíno el valor a raudales, como si le sobrara. Le viene de serie. Lo tiene como cosecha propia y no escatima. De ahí que descarte hacer alardes vulgares, innecesarios. Pero la manera que tiene de torear tiene en su origen la pureza. Es el eje en el que fundamenta el resto. Un valor añadido interesante que no te permite levantar la mirada del albero, mejor dicho de esta tierra oscura que forma el ruedo del coso de Bilbao. Había exigido un mundo el primer toro de Alcurrucén y la corrida era por presencia como para salir corriendo. Un examen de verdad a finales de agosto. Pitones para asustar a valientes contrastados, cuajo y remate del toro por delante y por detrás. El de Bilbao. Las Corridas Generales. A Sergio Aguilar nada le dio susto. Y nada es nada. En mayúsculas. Como mayúscula fue su indiferencia al derrote seco y certero que le costó la primera cogida de la tarde. Se ponía a torear por el izquierdo. Al percance le siguió una cornada de 15 cm. en el muslo. Pero no hubo lugar ni para mirarse. Pasó desapercibido, como si viniera en el guión. En la pauta de los toreros bravos que no se arrugan ante pitones fieros. Se volvió a poner y esta vez la cornada traía recuerdos angustiosos. Le metió el pitón por la garganta y la imagen de Aparicio en el San Isidro pasado se hizo pensamiento común. No había manera de volver a presenciar esos traumáticos instantes. No pudo seguir en el ruedo. Herido, con dos cornadas fuertes, raudo lo llevaron a la enfermería. Antes, Sergio Aguilar, otra vez, había dado una lección silenciosa de cómo la suavidad puede atemperar el tormento del genio. Y lo hizo sin inmutarse ante la violencia del toro, que salía con la cara alta del encuentro, sin humillar. El que no volvió la cara fue Aguilar. Y justo por eso, el toro le metió para la enfermería con la garganta herida y el paladar reventado. Por torero hecho, cuajado y con el valor de acero forjado.
La corrida fue un corridón. Torazos de pitones y rematados por atrás, que llegaron con mucha movilidad a la muleta. Encastados, con un punto de genio a veces, escasa virtud de humillar, pero agradecidos si les ganabas el pulso del dominio. Sobre todo tercero, cuarto y sexto. A Bolívar le costó hacerse con la violencia del tercero hasta que le cogió el aire por el pitón derecho y por ahí el toro tragó, y tragó más de lo que a primera vista parecía.
La oreja llegó del quinto, que fue el más claro de todo el encierro. El que iba menos revolucionado. Los toros exigieron una barbaridad y éste quizá venía con el patrón más claro. Así lo vio el colombiano, que dejó los muletazos más relajados por el zurdo y la estocada calentó para la oreja. El sexto tuvo motor aunque no humilló y la faena le quedó solvente.
Antonio Barrera no lo vio claro con su primero, que arrollaba sin humillar y aseado con el cuarto que se dejó sin llegar a emplearse.
La imagen de la tarde la dejó Aguilar. No era un accidente. Expuso a sabiendas de que estaban en juego los muslos, y a punto estuvo de costarle la yugular.
Parte médico: El espada Sergio Aguilar recibió una cornada de dos trayectorias con orificio de entrada de 3 centímetros en la parte inferior izquierda de la mandíbula que entró por el maxilar y atravesó el paladar un centímetro, además de la fractura del tabique nasal y otra cornada en el muslo izquierdo de 15 centímetros. Pronóstico grave
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