Galicia

«En un hotel no se muere nadie»

José Aguilar lleva cuarenta y tres años como conserje de hotel y aún le quedan dos para jubilarse. En ese tiempo ha visto de todo: desde un magnate ruso que se empeñó en que le llenaran la bañera de leche, hasta un francés al que hubo que mandarle a su casa los juguetes sexuales que se dejó olvidados en la mesilla de la habitación. Todo eso y más es lo que cuenta en «Anécdotas de hoteles», un libro delicioso en el que el sentido del humor es el gran protagonista.

«En un hotel no se muere nadie»
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- ¿Cuántos años en la conserjería de un hotel?
 -Toda mi vida.

-¿Es muy distinto estar en un gran hotel a trabajar en uno pequeño?

-En el gran hotel siempre ocurren más historias. Tenga en cuenta que un hotel grande, si está en la costa todavía más, es como un pueblo donde conviven gentes que tienen distintas profesiones, aunque todos sean empleados del mismo, que tienen distinto nivel cultural e ingresos económicos también diferentes. Si a eso le añadimos la cantidad de clientes de todo el mundo que van a alojarse, tendrá una idea de las historias y anécdotas que se dan a diario.

-Dice una leyenda urbana que nadie ha visto el entierro de un chino, pero yo añadiría que tampoco se ve a un muerto en un hotel. ¿La gente no muere en los hoteles?

-Jamás. El hotel es un sitio donde se va de vacaciones, de negocios, de congreso, de todo lo que usted quiera, pero nadie va a morirse. Cuando algún cliente se pone enfermo, empieza a cambiar de color y deja de respirar, pues se intenta que lo haga fuera. En el hotel no se muere nadie.

-¿Y cuándo ocurre algo así?

-Recuerdo una vez que murió un hombre en el hotel y, después del protocolo médico, se planteó que había que sacarlo de la habitación porque no podía entrar un ataúd –figúrese la imagen que se llevarían los clientes viendo aquello por los pasillos–, así que había que sacarlo sin llamar la atención. Para ello, siempre con el consentimiento y la ayuda de su pareja, lo vestimos con una chaqueta y una bufanda, aunque era verano, le pusimos unas gafas de sol y lo sacamos en silla de ruedas. Como comprenderá todo el mundo preguntaba qué estaba pasando con aquel señor, y contestábamos que se trataba de un cliente que se había puesto enfermo. El caso es que, en teoría, se murió fuera, no dentro del hotel.

-¿Los jeques son tan generosos como dicen o estamos ante otra leyenda?

-Son excéntricos porque tienen un gran poder adquisitivo. Yo he visto cómo el jefe de protocolo de un jeque le pidió al director del hotel que le organizara una comida en el mejor restaurante de Galicia –el hotel estaba en Canarias–, una vez organizado todo le dijo que no le apetecía ir hasta allí, pero mandó su avión para recoger la comida que había encargado, cuando llegó la comida el jeque decidió que le apetecía más comer carne y nos regaló la mariscada a los empleados del hotel. ¿A cuánto salió el percebe?

-¿Cómo se organizan los menús de un hotel?

-Se hacen por ciclos de quince días y se procura que haya una variedad en los alimentos, que estén compensados. Además, hay que tener en cuenta que todo el mundo pueda comer en el hotel, es decir, celíacos, diabéticos, alérgicos a cualquier alimento, todos deben tener la posibilidad de un menú. Eso hace que el director el chef, y todo el equipo de cocina trabajen bastante a la hora de diseñarlos.

-¿Ahora en los hoteles se come mejor que nunca?

-Se come a la altura de los mejores restaurantes porque se han dado cuenta de que es una forma de conseguir clientes.