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«Me hubiera gustado coincidir con Santa Teresa hubiéramos hecho muy buenas migas»

Nacido en La Carrera, a dos kilómetros de El Barco de Ávila, Juan Trujillano abrió sus ojos en una empobrecida España, la de finales de los años veinte. Aquella era una sociedad más parecida a la vivida por Cervantes que la que actualmente transitamos.

 
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Hijo de campesinos acomodados, vivió y templó el carácter en el seno de una familia profundamente católica, por lo que, en su memoria, permanecen intactos aquellos años de la revolución (1934-36), cuando los asesinatos políticos y la quema de iglesias llenaban las primeras planas de la vida cotidiana. La revolución derivó en contrarrevolución y en guerra civil. Cuando todo tiembla, sólo nos quedan nuestros principios…

 ««En el colegio tuve maestros comunistas que decían que todos éramos iguales, más tarde maestros nazistas que promovían la eugenesia…»

– ¿No había término medio…?
– Por supuesto, ninguno de ellos tenía razón. Al final, digan lo que digan, la vida se rige por el amor y, cuando uno no es tonto, no hay problemas que lo paren.

– ¿Le condicionaron las ideologías?
– No justificaré a Negrín o a Largo Caballero, eso es obvio. Tengo vivencias que hirieron mi corazón, pero no mi alma…

– ¿Cómo es eso?
– El dolor queda, el perdón es cristiano y la fortaleza nos obliga a no permitir que se repita el dolor causado.

– ¿Entre los recuerdos del dolor?
– El del hermano que cayó prisionero en el Ebro y me contó todo aquel horror sufrido…

– ¿Cuesta más olvidar o perdonar?
– Lo que cuesta es soportar la traición por dinero. Los que esperan la debilidad para la puñalada… Todo está en los cálices del Evangelio.

– ¿Tiene enemigos?
– Llevo con paciencia y humildad a quienes así deciden presentarse, pero no es algo que me preocupe. ¡Hasta Cristo los tenía!

– ¿Le intentaron doblegar?
– Pobres de espíritu aquellos que, cuando te intentan envenenar sin fortuna, se enfadan… Recuerdo que en Ávila había mucha gente que decía no tener miedo a nadie y luego afirmaban que me temían…

– ¿A quién teme usted?
– No le tengo miedo a nadie, tan sólo «temor» de Dios. Es algo que únicamente tiene que ver con el respeto.

– ¿Su consejo al miedoso?
– Que al toro hay que cogerlo por los cuernos y de frente...

– ¿Así se gana en la vida?
– Mi satisfacción está en las cosas importantes, como en aquella ocasión en que, al finalizar la celebración de la misa en la Dehesa a la que íbamos y volvíamos caminando, se me acercaron cuarenta campesinos con sus hijos y me dieron las gracias. Le aseguro que he tenido muchas de esas satisfacciones en esta vida...

Juan Trujillano ingresó en el Seminario de Ávila en 1941. Allá coincidió con Baldomero Jiménez Duque, a quien, junto a su familia, le debe buena parte de lo que es hoy. Convencido de la importancia del «otro» como presencia viva de Cristo, derivó en seguida en un profundo sentimiento de que la inquietud social debía marcar su vida. Esa obligación consigo mismo le llevó a trabajar con familias obreras en la ciudad de Ávila, algo que no debió gustar a todos…
«Había que alejarme de la ciudad porque pensaban que yo era peligroso, así que me enviaron a Armenteros».

– ¿Cómo se lo encontró?
– Por aquel entonces era un páramo espiritual y social. El pueblo estaba rodeado de dehesas que, tras la dichosa desamortización, fueron poseídas por los burgueses que no habían dado ni palo.

– Suena a película de Buñuel…
– Qué más habría querido yo que aquello hubiese sido una película. No había nada, tan sólo odio… Cuando llegué, logré convencer a uno de los propietarios de que cediera una parte de su dehesa para dar trabajo a los pobres…

– ¿Tan perniciosa fue la desamortización de Mendizábal?
– Peor que mala. Entregó los bienes de la Iglesia a la burguesía de turno. Aquellos monasterios proporcionaban ayuda y pan a todos en los largos inviernos...

– Quienes nos lean pensarán que hablamos de otra galaxia en el tiempo…
– España apenas había cambiado. Todo seguía igual. En Armenteros me encontré con las ruinas de los hornos donde los frailes y curas de antaño amasaban y cocían el pan para los pobres. Desde la salida de éstos nadie volvió a prender un leño en ellos.

– ¿Tuvo tentación de desistir?
– Los curas que aquí llegaban creían que era montarse en un ascensor… Afortunadamente tuve la suerte de toparme con gentes maravillosas.

– Los de pueblo necesitamos ejemplos para hacernos una idea…
– Guillermo Rovirosa, ingeniero catalán, fue uno de ellos. Cuando coincidimos en Ávila le dije que no teníamos sábanas y me contestó: «No te preocupes, nos las inventamos». Cogió el periódico y se puso a hacerlas con verdadera habilidad papirofléxica. Siempre sostuvo que lo importante son los hechos.

– Pero ustedes, los curas, están más en la palabra…
– Si quería trabajar con el mundo obrero, debía sumergirme en él.

– ¿No le tomaron unos y otros la matrícula cambiada?
– Encontré gente buena y mala, como en todos los sitios, pero me gané la simpatía de esas gentes. Sólo se construye desde la confianza.

– ¿Cómo se consigue acercar a quien desconfía?
– Yendo sin miedo a la raíz del problema. Muchos de aquellos hombres se refugiaban en el alcohol. El día en que cobraban se gastaban la mitad del jornal en el bar. Yo iba a sus casas y escuchaba a sus mujeres, tan sufridas, pacientes y esforzadas. Las animaba a que fuesen comprensivas pero no débiles.

– Hay quien dice que aquella Iglesia sólo apoyaba a los poderosos…
– Iglesia somos todos, por eso la Iglesia es de todos. En realidad, poderoso es aquél que gana para sus hijos el pan de cada día y pobre quien lo gasta en lo que no sabe ganar. Cuando uno pisa cinco veces el mismo ladrillo, no hace más que el ridículo.

Don Juan Trujillano nos ha invitado en esta tarde fría y seca a compartir merienda: un café de recuelo y leche con galletas de las de toda la vida. Ha sido mi amigo Agustín, alcalde de El Barco y hombre avezado en cuidar los dineros de los impositores de Caja Ávila, y su infatigable mujer, Pilar, quienes me han servido de «sherpas» en esta incursión. Por los pasillos del Colegio de La Inmaculada, se puede oler el frío del invierno que, como un ejército cansado, empieza a retirarse. El presidente de la Diputación de Ávila me confirma que por sus aulas han pasado más de 50.000 niños y niñas sin recursos que nunca habrían estudiado. Vuelvo a recordar que lo más importante no son las palabras sino los hechos:
«Mi pretensión con este colegio siempre ha sido sacar a chicos con un libro y no con un talego. La clave estaba en comenzar desde abajo, con los niños y con los maestros».

– ¿El balance?
– Saber resistir y resistir. No cejar. Jamás pensar que se ha logrado…

– ¿Cuántos niños habrán acabado aquí sus estudios?
– Más de cincuenta mil, que se dice pronto...

– ¿La consigna?
– No dejar de repetirles que, aunque las cosas parezca que van mal al principio, hay que aguantar, porque luego nadie podrá con ellos.

– ¿Ni siquiera la política?
– No me preocupa, he vivido tiempos y cosas mucho peores…

– ¿El estoicismo es la forja?
– No hay otra que la fuerza del amor.

– ¿Usted lo ha recibido?
– No hay nada que recompense tanto como cuando uno de estos niños y niñas se te acercan y te dan un beso inocente de agradecimiento. Cuando te ves solo y abatido y se paran a preguntarte qué te pasa… Entonces se abre nuevamente de par en par el horizonte.

– ¿Cómo se soporta el voto perpetuo de obediencia?
– Si te maneja un tonto, se lleva mal; si lo hace un listo, peor; pero si lo ejerces por un fin noble, no se lleva mal.

– ¿Y el de pobreza?
– Eso es un cuento chino, porque para hacer cosas hay que tener medios. Mis padres me enseñaron a trabajar duro, a llevar carros de heno con sólo ocho años, mientras mi hermano mayor se veía en la obligación de combatir en la cruel guerra.

– ¿Y lo de cumplir el sexto mandamiento toda la vida…?
– Mire, el otro día vino a verme un pope de la Iglesia Ortodoxa, acompañado, por cierto, de una rubia despampanante. Ese pope, cargado de hijos, no debería distinguir nunca entre los por él concebidos y los que no tienen más que las estrellas para acunarlos.

– ¿Ser célibe tiene compensación?
– He sufrido mucho siéndolo, pero me ha permitido darme a los demás. Con eso es suficiente.

– ¿Y la libertad?
– Tuve aquí a un personaje que me decía: «La libertad es la primera conquista de la persona». Le respondí que eso era una tontería. La verdad, no era un tipo muy listo, porque no había entendido que la libertad es algo constitutivo del hombre, como la inteligencia y la voluntad. Lo constitutivo nunca es una conquista, es algo inherente. Es imposible conquistar lo que es propio de uno. Ni siquiera la muerte acaba con nuestra libertad.

– ¿Cómo se concilian libertad y conciencia?
– Sin perder la noción de existencia del pecado.

– Eso me lo tiene que explicar…
– Si no actúo con libertad, no puedo pecar. Si actúo solo en dirección de mi conciencia individual y no tengo en cuenta las normas que protegen los derechos de los demás, peco… Vivimos con y para los demás, por eso somos libres.

– Difícil reto…
– Cuando uno quiere algo de verdad, se las ingenia para salir adelante.

– ¿Es lo que el Evangelio llama «fortaleza»?
– Es la evidencia de que, a medida que tenemos más dificultades, nos hacemos más fuertes.

– ¿Y a usted quién le ayuda para la fortaleza?
– Usted sabe que los protestantes no profesan el culto a la Virgen, así que son unos huérfanos... A mí, sin embargo, gracias a ella, me llegaba la pureza cuando era joven. Si el adolescente es fuerte y tiene la suerte de convivir con personas buenas, nunca le pasa nada.

– Trujillano, no sé si preguntarle …
– No se preocupe, pregunte que soy propietario de mis silencios.

– ¿Han sido ochenta y dos años de fidelidad a su Fe?
– Y cada día es más consistente. Recientemente logramos la autorización de las autoridades peruanas para traernos a más de sesenta chicos abandonados de aquel país. No fue fácil. Cuando iban a venir y los billetes estaban sacados, su llegada la prohibió la Subdelegación del Gobierno de Salamanca… ¿Qué le parece?

– Pues que no me ha contestado…
– Claro que sí. Posiblemente el subdelegado no me aguante a mí, pero jamás podrá con mi Fe y con la de esos muchachos…

– Me tiene que perdonar: la Fe mueve montañas, pero no políticos…
– La Fe continúa sorprendiendo incluso a quienes se declaran sus enemigos.

– Lo que quiero es que me explique cómo convence a quien está en el agnosticismo…
– Si alguien me dice que no cree en Dios, le respondo que, si yo fuera tan necio como él, tampoco creería.

– ¿Si volviese a nacer?
– Volvería a ser igual de tozudo.

– ¿También en estos tiempos en que los curas nos dicen que no existe ni el purgatorio ni el infierno?
– Le voy a dar un buen consejo: no haga caso a los curas. Dios no condena a nadie, sino que uno se condena a sí mismo. Alejarse de Dios es el infierno. La salvación es algo muy sencillo: estar tranquilo y conforme, porque Dios nos quiere, a pesar de tanto pecado y de tanta miseria.

– ¿Vibró con Juan XXIII?
– No se haga el gracioso, Beotas… Usted es sagaz y conoce bien la respuesta. Fue Juan Pablo II quien hizo en Liverpool que la Reina de Inglaterra no pudiese decir nada...

– ¿Y Benedicto XVI?
– Le queda poder con el Islam.

– ¿Reza por sus obispos?
– Rezo por quien me quita las cuatro perras que necesito, por quien deja Salamanca sin curas, y rezo por los otros… Por los de más allá y por los de más acá.

– ¿Si hubiese coincidido con su paisana Santa Teresa…?
– Hubiéramos sido amigos, no le quepa duda. Santa Teresa fue una mujer con todo muy bien puesto. Nadie pudo con ella.

– ¿Y cuando esto se acabe?
– Estoy a punto de dar cuentas a Dios de mi vida. Tengo mucho miedo porque Él pide a cada uno en función de lo que le da y yo pude salvar el campo…

– ¿Por qué no se logró?
– Porque no supe sacar a determinados funcionarios de los bares, porque yo no hablaba con ellos de las mujeres, porque se habían casado con las ricachonas del pueblo y fueron más pillos que yo.

– ¿Pensó ya en su epitafio?
– Que lo hagan quienes se queden.

– Es que necesito su sentencia vital para acabar esta entrevista…
– La mejor alabanza es seguir el camino, Beotas, no rendirse jamás, seguir la senda en la que uno cree, no olvidar que el mayor enemigo del hombre es el propio hombre cuando no respeta su naturaleza…

En la última curva de esta vida, Juan Trujillano ya sólo puede definirse por sus hechos. Da igual su forma de pensar, o que su concepción del mundo tenga que ver más o menos con la nuestra. Lo que importa es lo aprendido en 82 años de vida, en saberlo transmitir a quienes inician su camino… Me pregunto en la noche negra en que los políticos vuelven a intentar controlarlo todo, si se hace comunidad desde la complacencia endogámica o desde la visión universal y poliédrica de tantos que están prestos en la salida, de tantos que están llegando a la meta… Me pregunto si lo importante es que nuestra labor sirva para un mundo mejor. Hemos salido del colegio de La Inmaculada, ya de noche, entre el vaho de nuestros alientos. Mientras subimos al coche, mi amigo Agustín González, que posee la sabiduría de quien escucha a las piedras, me recuerda: «Por sus hechos los conoceréis». No hay duda, pienso al arrancar, así es hasta cuando se pica piedra...