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La hermana que no tuve por Carlos Telmo

La Razón
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Soy consciente de que su fallecimiento abrirá la veda y, nosotros, sus amigos de verdad, los discretos –los que no recorremos los platós, los que la conocimos mejor que nadie–, escucharemos atónitos las desfachateces que se cuentan, aunque la imagen que ofrezcan de ella diste mucho de la realidad.
Obviamente, yo no puedo ser objetivo. Para mí, Belén Ordóñez era mucho más que una amiga, fue la hermana que nunca tuve. La conocí en Ronda, cuando cumplía 13 años y, desde entonces, tanto ella como su hermana Carmina han sido partícipes de todas las cosas buenas que me han pasado en la vida. Belén era una persona inteligentísima, listísima, divertidísima y educadísima. Y, por cierto, monísima también. Porque ya estoy harto de que siempre la comparen físicamente con su hermana.
Pero, por encima de todo eso, era una persona fabulosa, con la que te reías muchísimo. Hemos compartido infinidad de momentos en Sevilla, en Madrid... nunca nos hemos separado. Era muy fiel a sus amigos. Y, en los malos momentos, nunca me dejó solo. Incluso estando casada con Juan Carlos Beca Belmonte, vino a visitarme cuando me puse malo en Granada. Y también estuvo a mi lado al fallecer mi madre y mi padre.
Era muy sencilla y agradecía la amistad sincera. La pagaba con su complicidad y una lealtad inagotable. Su sentido del humor era constante y, hasta cuando le dijeron que tenía que vivir pegada a una botella de oxígeno por su enfisema pulmonar, bromeaba dicendo: «Ahora tengo que ir con mochila a todas partes».
En estos momentos tristes, es esa imagen de Belén la que me viene a la mente. Y saboreo esos agradables recuerdos y aquella última comilona que nos dimos en el restaurante alemán, donde acabamos fumando y riendo –ella en su silla de ruedas– en la puerta del local.

Carlos Telmo