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«Quién teme a Virginia Woolf»: En compañía de lobos

Autor: E. Albee. Dirección: D. Veronese. Escenografía: S. Brosa. Iluminación: T. Orriols. Reparto: C. Machi, P. Arquillué, I. Benet, M. Aixalà. Teatro de La Latina. Madrid, 18-IX-2012.

Carmen Machi y Pere Arquillué, como Martha y George en la obra
Carmen Machi y Pere Arquillué, como Martha y George en la obralarazon

Para que Martha y George se destruyan mutuamente, una noche más, en una pira funeraria violenta cuyas ascuas prenden en quienes de forma insensata han ido a visitarles, hacen falta, sobre todo, un actor y una actriz de peso, dos búfalos heridos, dos miuras capaces de embestir con todo y transformarse en un segundo en un matrimonio que aún conserva algo de amor, aunque esté escondido entre cenizas. Esto entraña un peligro: los dos papeles principales de «¿Quién teme a Virginia Woolf?» invitan al exceso. Carmen Machi es una actriz tan capaz de lo mejor, como vimos en «Agosto», como de dejarse llevar por su humorismo más incontrolado, lo que le ocurrió en «Roberto Zucco»; y, en algunos instantes, muy pocos, de este montaje del gran combate psicológico de Edward Albee, le pasa algo similar: ahí cuesta reconocer en la Martha chabacana y grosera –está en el texto, pero hay que controlar el resultado– a la ajada hija de un rector norteamericano. Hay que subrayar que esto ocurre sólo en contados instantes. Durante la hora y media larga restante que dura este vertiginoso montaje del argentino Daniel Veronese, Machi construye una Martha arrebatadora, una dictadora a la que imprime desdicha y cólera, que exuda insatisfacción y puede ser una gata seductora empapada en alcohol con la misma precisión con que se desarma al final, como una niña, que cantaba Bob Dylan. A su lado, sólido, muy perdedor, muy falsamente anulado como marido, muy cabrón como anfitrión, el George de Pere Arquillué merece todo elogio. Es un placer ver al actorazo catalán por Madrid y más en un gran papel. Iván Benet viaja con talento del Nick pusilánime que planta cara al juego cruel que se traen entre manos sus anfitriones, lobos jugando con sus presas, y Mireia Aixalà clava a Honey, un animalillo de risas nerviosas que vive en un espejismo de felicidad, tras el cual se agazapa el dolor, esperando a salir con el bourbon y la catarsis.

Detrás aparece Daniel Veronese, que ha vencido a sus demonios. En «Glengarry Glen Ross», el director argentino se quedó en la fría corrección del encargo hecho con oficio. Pero en este Albee ha logrado dar el salto: su peculiar estilo, que solapa diálogos en un naturalismo acelerado y callejero, cala con personalidad en esta partida a muerte entre marido y mujer, aunque sea metafórica, plagada de interrupciones, imprecaciones y dardos verbales. Y allí donde hace falta reposo, lo hay. No cuesta encontrar, si se sabe mirar, al autor de «Mujeres soñaron caballos». En la línea de ese gusto suyo por los clásicos adaptados y retitulados –en octubre estrenará en Madrid «La gaviota», convertida en «Los hijos se han dormido»–, y si no fuera porque el director ha respetado casi al completo el original de Albee, cabría renombrar este notable montaje con una frase de George a Martha: «No puedes retirarte cuando ya tienes la boca llena de sangre».