Presentación

Idealistas

La Razón
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En una época antigua e ingenua se pensaba que el cine debía crear películas emocionantes, hermosas, capaces de alumbrar aspectos relevantes de la realidad humana. Por algo el cine fue considerado un arte, el séptimo, se decía. También se esperaba del mundo del cine que ganara dinero: habiendo seducido la imaginación del público, el cine recibía una generosa contrapartida. Incluso se daba por seguro que la gente del cine encarnaría ciertos ideales de elegancia, de belleza, de dramatismo: una vida más intensa, como corresponde a la naturaleza misma del arte y de las películas. En el cine español actual nada de esto se cumple. Quienes lo hacen han sustituido la belleza y el arte por una agenda ideológica. Se han empeñado en dar lecciones políticas o históricas –como la soez película de Iciar Bollaín sobre los españoles en América–, y al final, como es natural, se las dan unos a otros en reuniones tan cerradas como las del Premio Goya de esta noche. Por el camino, han dejado atrás la ambición de ganar la taquilla. Ni qué decir tiene que tampoco son gente particularmente atractiva, ni por su belleza, ni por sus vidas. Todo esto no merecería el menor comentario si no fuera porque estos idealistas, que han abrazado un ideal de pedagogía política y de ascetismo, incluso de fealdad, no han renunciado por eso al dinero, en cantidades muy serias, además. Lo reciben, como se sabe, del contribuyente, a través de la administración. En vez de esforzarse por crear grandes obras, vuelcan todo su afán en conseguir subvenciones y ayudas. Quienes hacen el cine español se convirtieron hacen mucho tiempo en un lobby, aunque de forma particular. No aceptan dictados y consiguen imponer su agenda a cualquier Gobierno, de cualquier signo que sea. La apoteosis llegó con la colocación de Ángeles González-Sinde, liberada del sindicato en el Gobierno. La verdad es que esto lo hacen muy bien. Han renunciado al arte, a la belleza y a las emociones, pero lo de mandar en la cultura oficial y sacar tajada del presupuesto público… ¡Chapeau!