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Político busca cura
«Como médico, tengo la profesión que más valoran los ciudadanos», me dijo el lunes; «como político, la que menos». Guillermo Fernández Vara tiene discurso propio y responde a lo que se le pregunta. Sólo por eso ya es rara avis en la constelación de loros escapistas que inunda los cuadros medios de los partidos patrios. Le gusta el poder, le gusta el debate y le gusta mojarse antes de que la dirección nacional ponga en circulación el argumentario diario. Hoy se dice asustado por la pésima opinión que la ciudadanía manifiesta sobre el sufrido colectivo de los políticos profesionales: «salimos en la tele y nos insultan; salimos a la calle y nos siguen insultando». Ya ha descubierto que, en España, el insulto es sinónimo de coraje e independencia. Aquí, quien más insulta es más valiente, tanto que su ardor y su arrojo le eximen de tener que enredarse en réplicas, argumentos o datos. Escuché una tertulia nocturna en una radio en la que un «analista» evitaba referirse a la vicepresidenta Salgado por su cargo o por su nombre. Todo el tiempo decía «esta imbécil, esta inútil, esta descerebrada». El conductor del espacio festejaba la cosa, orgulloso –imagino– de contar en su mesa con analista tan valeroso (de haber tenido público el programa, probablemente habría sido ovacionado). Políticos de diverso signo comparten esa inquietud por la creciente hostilidad que perciben en sus conciudadanos. El CIS señala que se les ve como un problema, temen que el desafecto urbano devenga en ira y les lluevan escupitajos desde los pisos altos. Me admite Fernández Vara que buena parte de la culpa la tienen ellos, los responsables políticos, que han emponzoñado el debate a base de tratar como enemigo al adversario, al rival como peligro público. Si te pasas la vida caricaturizando al de enfrente como un oportunista, un vendido, un amoral, un corrupto, un insensato que ansía que se hunda España o un aliado de terroristas que ansía entregarla, ¿cómo puede extrañarte que la sociedad acabe generalizando y haciendo suyo tu discurso? «Es verdad que abusamos de los latiguillos», dice Fernández Vara, «buscamos la frase contundente en el telediario, nos desacreditamos cada día unos a otros». Ha acabado por calar la idea de que están todos en política porque no saben hacer la «o» con un canuto o porque aspiran a llevárselo crudo, enfangados en chanchullos y encoñados con el boletín oficial. Deberían revisar con urgencia el reglamento del Congreso que establece las condiciones para cobrar la pensión máxima. Le pregunto a Fernández Vara si él mantendría como número dos a una persona condenada por prevaricación (Trinidad Rollán) y le suelta un soplamocos a Tomás Gómez: «La condena es incompatible con mantenerla en el cargo; debe sacrificarla». Le recuerdo que la Ejecutiva federal bendice la decisión de Gómez y responde: «Lo sé y no lo comparto». No es el único que lo piensa y no va a ser el último que lo diga en público, como Tomás Gómez, en breve, tendrá ocasión de ir comprobando.
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