Atlético de Madrid

Hamburgo

La epopeya de Hamburgo por J A VERA

La Razón
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La mítica atlética engordó la noche del miércoles en Hamburgo a base de sufrimiento y angustia, el corazón en vilo de tanto andar por la cuerda en la oscuridad de la noche. La épica del último minuto la puso Forlán, jugador nacido para hacerse héroe rojiblanco igual que antes Simeone o Futre, Kiko o Fernando Torres, cortados todos por el mismo patrón de nervio colchonero. Jugadores de raza y rabia, igual que esa afición apoteósica de la que formo parte y con la que me desplacé unas horas a la capital alemana para compartir el sueño de Neptuno. La noche en Hamburgo fue como la historia misma del club del Manzanares, basada en la certeza de que no hay premio sin sufrimiento ni recompensa sin esfuerzo. Dos horas de espera a mediodía en Barajas por culpa de la ceniza islandesa, tres horas más de avión entre doscientos hinchas perfectamente camuflados y cantando sin parar, un panecillo de leche con fanta como única comida, y a partir de ahí contratiempo tras contratiempo, como si todo hubiera sido hecho expresamente a la medida de la fe colchonera: el Metro se averió y tuvimos que pagar 50 euros para llegar al estadio, hacía un frío de pelotas con una humedad penetrante, y para colmo se puso a llover en medio del partido y nos cayó toda el agua encima. No sólo a este servidor, sino al mismo Cerezo y al Príncipe de Asturias. Estábamos en teoría a cubierto bajo una lona preciosa pero que no sirvió de nada. Era como una ducha fina sin paraguas que acabó inundando los trajes de ilustres invitados en el palco como Pedro Pérez y Arturo Fernández, Salvador Santos Campano y Bonifacio de Santiago, Elvira Rodríguez y Miguel Sebastián, el actor Hugh Grant y la cantante Amaia Montero. El partido se empezó a hacer tan interminable que se mascaba el drama en el ambiente cuando al final Forlán hizo lo que mejor sabe y disipó la angustia del Nordbank Arena. Cayó la Copa de Europa y oí cantar «Aleeti, Aleeti» a madridistas de pro como Ignacio González y Fernando Hierro. Y por supuesto a colchoneros como Francisco Granados, Ángel Barutel o Carlos Salamanca. Ya a la vuelta, sin probar bocado durante horas, mi amigo Alejandro Blanco me coló en el «micro» de la Federación de Fútbol, donde tuve ocasión de disfrutar de los golpes de humor de Vicente del Bosque y de un Ángel María Villar exultante pese a sufrir de gota. Aunque la que triunfó de verdad esa noche fue Esperanza Aguirre. Con su bufanda rojiblanca fue la estrella a la vuelta del partido, ya en el aeropuerto. No cabía un colchonero más en la terminal y, como no había sitio para nadie, ella se recostó en el suelo y se hizo decenas de fotos con aficionados que la piropeaban todo el rato. Se lo perdió Gallardón, el gran ausente del evento junto a su inseparable Cobo. ¿Cómo es que no estuvo allí el alcalde de Madrid? Pues ocurrió y la gente lo vio. El regreso fue imposible. Teníamos que salir a la una y lo hicimos a las cuatro. Pisamos tierra en Madrid a las siete de la mañana. El que más durmió dos horas, pero todo eso hizo más grande la epopeya atlética en la ciudad hanseática.