Barcelona
Final sin sede por Julián García Candau
La final de Copa no tiene sede. En tiempos de la Monarquía se distribuyó por todo el territorio nacional. Durante la República se jugó en Madrid, Barcelona y Valencia. Con el franquismo, la primera Copa del Generalísimo –espuria–, ganada por el Sevilla al Racing de Ferrol, se disputó en Montjuic, estadio que fue sede varias veces más. A partir de entonces, con Franco ya en Madrid, fue el estadio de Chamartín, después Santiago Bernabéu, lugar habitual de la final con unas pocas excepciones en Barcelona.
La sede madridista se consideró beneficio para el club puesto que, jugara o fuera organizador, percibía el sustancioso porcentaje del dieciocho por ciento de los ingresos. Incluso se tragó con que en el Santiago Bernabéu jugara el Madrid como finalista. Para ganar votos federativos, las finales recorrieron el Vicente Calderón, Mestalla, La Romareda, Zorrilla y hasta el Martínez Valero.
Ahora, importan los ingresos televisivos y publicitarios, y más aún, el deseo de complacer a dos aficiones tan numerosas y fieles como la bilbaína y la barcelonista. Al Athletic Club, para satisfacer a la parroquia, no le importa jugar en el Camp Nou. A Pep Guardiola le desagrada la propuesta. Debe ser superstición. Para la gran final de este año se necesitan los mayores recintos. El Real Madrid es rico y no necesita ya los dineros que proporciona la final. Mestalla no es suficiente. Una sola de las aficiones lo puede llenar. La propuesta atlética es generosa. Guardiola hay veces que recurre al papel de fumar.
Posdata. Guiñol español. Los tres franceses más importantes de la historia son dos: Napoleón, que era corso, y Juana de Arco, que era mujer.
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