Olot
Delicuentes mediáticos
El avispero del 11-S nos demostró que cuando nos hacen esperar en las colas para subir al avión, en realidad, no sirve para nada. Ni cuando nos descalzan o desnudan y nos quitan el cinturón. Subimos al avión tras atravesar la línea de detectores de metales entre vigilantes de seguridad que nos ayudan con los objetos más resbaladizos: llaves, revistas, billetes.
Una vez en la butaca, estamos igual de inseguros que antes. Nadie puede asegurar que no haya un hombre bomba en el avión.Al final el que quiere entrar a un avión y secuestrarlo lo hace. Los asesinos del 11-S dicen que estudiaron cursos de pilotaje de avión en academias en las que eran célebres porque no se interesaban en absoluto por cómo se aterrizan los aviones. Ellos sólo querían practicar vuelo y a ser posible sobre la línea del cielo de Manhattan. A cualquiera le habría llamado la atención.
El aparato de seguridad es un aparato mediático, pero la auténtica seguridad debe estar en las grandes agencias como la CIA, el FBI, la DEA. Todo eso que crujió estrepitosamente ante su falta de prevención y eficacia. Los delincuentes mediáticos se apoderaron de la escena.
Un grupo de fanáticos atravesó los controles sin que les supusieran mayor esfuerzo que derramar la mantequilla del desayuno. Ordenaron a los pilotos que les cedieran el puesto de mando y estrellaron las fortalezas volantes contra el signo del imperio. La lección ha quedado aprendida: los delincuentes mediáticos se combaten en el cielo mediático.
Mohamed Atta y sus compañeros hicieron un largo viaje con todo tipo de improntas sospechosas, ¿dónde estaban los agentes encargados de vigilarles? La Policía tendría que haberles descubierto en sus estudios, perseguirles desde su entrada en el país.
El gigantismo del aparato de seguridad es tan grande que le impide moverse con agilidad. Las agencias se interrumpen unas a otras, los espías se pisan el terreno cuando no se persiguen en un costoso juego. Mientras saltan a la fama terroristas que son tan falsos como el grupo de Milli Vanili, no cantan nada más que en el laboratorio. Pero han cambiado la forma de vida de la humanidad.
El pueblo americano y los pueblos del planeta observan cómo se oculta información. No hay ataúdes en los actos terroristas del 11-S; no hay soldados muertos en las guerras que se pierden. El pretexto de la seguridad lo engulle todo: la mentira mediática, la aparición del fantoche Ben Laden, que siempre parecía venir de trabajar de una pizzería e incluso su asesinato innominado, desconocido. Delincuente mediático, Milli Vanilli de Al Qaida (que ha quedado descabezada, sin enseñar ni siquiera una foto del terrorista muerto).
Enemigos públicos
Los delincuentes mediáticos son de diferentes tamaños: políticos corruptos, asesinos en serie y enemigos públicos número uno. Algunos son divertidos como «El Dioni», Dionisio el del furgón, que se llevó trescientos millones con un acelerón, o son inspiradores de una España nostálgica como «El Lute», tras el cual estuve dando tumbos como periodista, o Ronald Biggs, el del asalto al tren de Glasgow que estuvo huido treinta años y que volvió a Inglaterra con un pañal de tercera edad y después del último de sus tres derrames cerebrales. Primero robó al ferrocarril y ahora vive de la Seguridad Social. Palabra de ladrón.
Delincuentes mediáticos los hay a montones, los que más los terroristas, que sacan mayor tajada que nadie de la muerte, como buitres, y luego asesinos como el de la catana, el de la ballesta, el envenenador de Olot, los pederastas. El enemigo público número uno es ahora «Cásper», que empezó robándole los cuadros de Goya a las Koplovitz y ha terminado creciendo con una organización capaz de birlarle la coca a los narcos mejor armados. Los mejores mediáticos fueron aquellos dos niñatos que discutían quién debería firmar su hazaña de la matanza del instituto Colombine, si Spielberg o Tarantino.
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