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Y la aguja perdió el hilo por pedro NARVÁEZ

La Razón
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Es inútil enhebrar la aguja con poesía costurera, al final siempre se descubre la impostura, por eso, de los intentos de los diseñadores españoles que intentaron verso a verso dar puntada con hilo sólo Jesús del Pozo salió indemne. Otros muchos naufragaron en el ridículo. Chanel se reía de aquellos que adornaban sus vestidos con palabrería: no hay que explicar lo que se lleva. Pero como sin querer, Del Pozo llegó a componer algunas de las mejores odas a la moda de la Pasarela Cibeles, que tampoco son muchas, no crean todo lo que se dice por ahí. Aquel hombre enjuto, que parecía en abandono constante, tal era su delgadez y su fragilidad, ahora sí, se ha muerto. Fue lo bastante fuerte para dedicarse a la moda en España y triunfar. Primero una tienda en la calle Almirante, ni sombra de lo que era, porque en los ochenta, el tiempo del suceso que ahora relato, la calle sonaba a una Via della Spiga con chulos de Umbral en la esquina del Gijón. Del Pozo tenía lo que se dice estilo; es decir, era discreto, tenía mala leche, diríase que había leído y gastaba mucho foulard, que siempre ha dado un toque de distinción como desmayado, harto de ser elegante porque la elegancia cansa mucho. No es raro que alguna de sus musas, como Ana Belén, compartiera con él eso de ser sin que se note mucho, aunque se notaba tela. Jesús siempre estuvo entre el hola y el adiós. Sus rojos no eran rojos sino rubíes, los marrones se hacían siena, y así hasta gastar una paleta nunca evidente. A muchos ponía peros porque a Jesús, así, en la intimidad, se le soltaba la lengua y los ponía verde esmeralda, pero Balenciaga siempre fue el maestro. He ahí la escultura, la arquitectura, he ahí la poesía que Jesús del Pozo recitaba sin que se notara porque he ahí también los vestidos de sus amigas, y los de su madre, hasta su infancia, su «rosebud» de seda.


Pedro Narváez