Berlín
Bañador opcional
Tras cinco años entre pancartas, pintadas, clases, tiempo de cafetería –y de biblioteca–, me emocionó que aquel paisaje típico de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense cambiase. Era noviembre de 1982 y recibía a Juan Pablo II. Le recuerdo en la balconada que hay sobre la puerta principal; le acompañaba el Rector Bustelo. Que sepa, fue la única vez que un Papa ha visitado una universidad civil en España. Cada vez que he vuelto a la Facultad he recordado aquel día, lo mismo que al ir a su Aula Magna. Allí hice exámenes y años después la visité un par de veces transformada en plató del programa «59 Segundos». Ese día el Aula Magna estaba repleta de togas académicas. Aplaudieron al Papa durante casi diez minutos. Pero a ese día de gloria para mi Universidad le siguieron más tarde otros días no tan de gloria, no precisamente multitudinarios y algunos muy poco académicos.
Siete años después, pese a que el Muro de Berlín ya presentaba las grietas que anunciaban al derrumbe del sistema socialista, el presidente de la Alemania comunista Eric Honecker, para estupor de no pocos, recibía de manos del Rector Villapalos el doctorado Honoris Causa de la Universidad. No sé si su discurso de agradecimiento recibió un aplauso prolongado, sólo recuerdo que afirmó que el Muro duraría 100 años. Cayó once meses después y aquel día de ignominia para la Universidad sigue manchando su historia. Su lema Libertas Perfundet Omnia Luce –La libertad ilumina a todas las cosas– quedó por los suelos y el nuevo doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense sería procesado por 192 asesinatos. Murió en el exilio. Ahora que de la mano de la memoria histórica se retiran estatuas de Franco o su nombramiento como hijo adoptivo de tal o cual ciudad, no vendría mal que la Complutense retirase ese doctorado.
Pero la fiebre de aquel Rector por doctorar a diestro y siniestro continuó. Cuatro años después, en 1993 y bajo la insólita presidencia del Rey, un afamado banquero, paradigma por aquellos años de éxito, fue también investido doctor Honoris Causa. En su discurso defendió la necesidad de revitalizar la democracia: era todo un referente moral. Pero no acabó ese año y la entidad que presidía fue intervenida por el Banco de España. En los años siguientes vio la cárcel. Con la llegada de otros rectores volvió la normalidad y los doctorados Honoris Causa se recondujeron a cauces más académicos, con personajes de menos polémicos y, sobre todo, alejados de los banquillos. Ni siquiera el doctorado a Joan Manuel Serrat desentonó.
Pero la Universidad Complutense vio la pasada primavera cómo de nuevo se manchaba su buen nombre. En un aquelarre digno de su doctor Honecker, el actual Rector entregó la Universidad a un acto multitudinario en honor a un juez imputado por gravísimos delitos. Fue un acto repleto de soflamas contra el sistema democrático, contra las instituciones, contra el Estado de Derecho, contra la independencia de los tribunales. Ese aquelarre inauguró un nuevo tipo de acto en el ceremonial académico: el doctorado Prevaricationis Causa. Quien desee recordarlo y verlo con toda su crudeza, que se dé un garbeo por You Tube y sentirá vergüenza. Otro día de ignominia para la Universidad que me recordó a ese otro de la Universidad romana de la Sapienza, cuyo claustro arrastrará la triste fama de haber vetado la visita de Benedicto XVI.
Pero en su búsqueda de la excelencia universitaria llega la última iniciativa de mi Alma Mater, es decir, de esa madre que nutre intelectualmente el alma de sus pupilos (eso quiere decir Alma Mater): acaba de celebrar el «Día del uso optativo del bañador» en sus piscinas. Iba a cebarme en la idea que cierto «pensamiento» progre tiene de la universidad, la juventud, la educación o por qué ese «pensamiento» no pasa de la entrepierna y de ahí enlazar con esas iniciativas progres que identifican la educación sexual con el adiestramiento del buen animal. Pero no: reconozco que con lo del uso «optativo» el Rector ha hecho un alarde de finura antropológica. O quizás de autonomía universitaria: como ciertas asignaturas, el bañador ya no es troncal, sino optativo; es una prenda de libre configuración cuyo abandono supongo dará créditos. Lo que no da crédito es a un rector que así muestra su propia desnudez académica.
Ya no sé dónde estamos en ese ránking tan pomposo de «potencias económicas»; al menos desde que Sarkozy nos prestó una silla, España se sienta en el G-20. Pero no vendría mal que, aparte del uso optativo del bañador, la Complutense se preocupase por su posición en el ránking de las universidades del mundo, porque anda un poco desparejada con nuestra potencia económica. De ir emparejados debería estar al menos entre las veinte primeras; sin embargo figura allá, por el puesto 205 de un total de 500. Pero no nos desanimemos porque en 2003 estaba en el 250, es decir, justo donde al progresismo sabe estar, en su lugar natural: en la entrepierna del ránking mundial. Luego va subiendo, aunque todavía le queda bastante para llegar al cerebro.
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