Sevilla
El camino (de perdición)
Ayer por la mañana, una de las 137 hermandades del Rocío que hay en Sevilla capital (el número se quintuplica en la provincia) debía salir de las inmediaciones de La Macarena, pues no se entiende de otro modo que este servidor de ustedes tardase media hora larga en llegar del Omnium Santorum a la Carretera de Carmona. La profusión de agentes de la Policía Local, habitualmente tan escasos, y de ciudadanos ataviados como tras una noche desaforada en la Feria aumentaron las sospechas, que fueron certeza en cuanto una ráfaga de viento estampó en la pituitaria de los pacientes automovilistas el inconfundible pestazo a «una-pará-en-er-camino»: una mezcla de heces equinas, vino agriado y sobaco de estibador al término de su jornada laboral que tumbaría al mismísimo Mike Tyson. El maestro Pepe Guzmán estuvo en la aldea almonteña sólo una vez (una más que quien esto firma, en todo caso) y prometió no volver «hasta que la alicaten». Pasó a mejor vida sin que esto sucediera, claro. No hay que ser tan exigente: yo no voy al Rocío hasta que las autoridades sanitarias certifiquen la salubridad del lugar y la inocuidad de los alimentos que allí se consumen. Esta tierra debe ir despojándose de ciertos tics salvajes como la costumbre de pernoctar seis docenas de personas en una casa de dos dormitorios. Hay incomodidades que sólo se sobrellevan con devoción por la blanca ¿paloma?
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