El Rey abdica

Precipitados

La Razón
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Desde lejos, ya desde muy lejos, se advierte una cierta precipitación en las organizaciones y convocatorias de la Casa Real. Con muy pocos días de antelación se ha requerido la presencia de toda suerte de representantes de la sociedad para que asistan a la presentación formal de la Fundación Príncipe de «Girona» en el Real Palacio del Pardo. Según me han contado, la insistencia telefónica ha sido abrumadora. Entrecomillo «Girona», porque la Fundación es bilingüe en su denominación. O Príncipe de Gerona o «Princep de Girona», porque las menestras nominativas pueden resultar indigestas.

Me ha preocupado un dato. La escasa importancia que le ha concedido la prensa escrita al referido acto. Intuyo una desmesurada prisa, una precipitación compartida por meternos a los Príncipes hasta en la sopa cuando el manejo sosegado de los tiempos ha sido norma preferente en la Zarzuela desde el inicial período del marqués de Mondéjar. Para mí, que todo aquello que rodea al Rey despierta un interés natural y espontáneo, y que el abuso de noticias menores con los Príncipes de protagonistas está llevando a la saturación a los encargados de propagarlas. El programa de apariciones e intervenciones públicas de los Príncipes ha alcanzado tal nivel de generosidad que nada me extrañaría que, en fechas próximas, el servicio de Información y Prensa –o como se llame– de la Casa Real nos anuncie a bombo y platillo la presencia de los Príncipes en el estreno de la última película protagonizada por Guillermo Toledo, que en ese ambiente se sienten cómodos.

Parece como si quisieran adelantar el relevo, cuando el Rey está plenamente recuperado y lo ha demostrado, una vez más, en Mar del Plata. Es lógico que la agenda del Rey sea merecedora de una prudente reducción de actos, pero no se me antoja adecuado el excesivo protagonismo de los Príncipes, entre otras razones, porque facilita el desarrollo del deporte nacional, que no es otro que el chisme y el rumor alejados de la buena intención. La popularidad no se gana con el exceso, sino con la medida. Días atrás, en una macroencuesta, aparecía la Monarquía junto a las Fuerzas Armadas como las instituciones más queridas y respetadas por los españoles. Esa aceptación mayoritaria de la ciudadanía responde al trabajo y la dedicación del Rey, y a su personalidad, y a su sencillez, y a su populismo genético, y a su simpatía, y a la siempre formidable compañía de la Reina. Nadie puede ser como otra persona, pero hay que intentar parecerse al modelo. Y sospecho –cosas de la edad y del eterno choque de generaciones–, que en la Casa del Príncipe pretenden esquivar moldes y semejanzas, lo que significaría una notable equivocación.

España es una monarquía, no una binarquía. Tenemos un Rey y una Reina, y una abrumadora mayoría están con ellos, y con la Corona, pero sobre todo con la memoria de sus más de treinta años de reinado. Esconder al Rey, o intentarlo, resulta peligroso, porque una desasosegada presencia de los Príncipes se puede interpretar como un intento de oscurecer el presente en beneficio de un futuro que hay que saber ganárselo. Institucionalmente, y por poner un ejemplo, quien da muestra constante de presencia con medida es la Infanta Elena, que desempeña su papel con naturalidad pasmosa. Eso, la naturalidad, eso que falla.

Moderación y dominio de los tiempos. El Rey está en su mejor madurez. No hay que precipitarse.