Moscú
Victoria de Putin con visitadoras y cabras al fondo
Putin sonríe como las momias y tiene la conciencia limpia de no usarla. Su obra de caridad más reconocida es, llegado el invierno, amenazar con cortar el suministro de gas a los países de Europa del Este para que sus presidentes no se olviden de pagar la calefacción al casero de Moscú. Es cuando en Varsovia y en Bucarest los congeladores piden vodka para entrar en calor. Hace un cuarto de siglo, Gorbachov, aquel soñador, introdujo con la ayuda de un bulldozer un par de palabras en el diccionario ruso: glasnot (transparencia) y perestroika (renovación). Ambas están extirpadas de la vida pública rusa desde que Putin gobierna en solitario o por la boca de Medvedev, ese hombre de papel maché que es a Putin lo que Monchito a Maricarmen, la de los muñecos. Tratados como tales, estos días de diciembre los rusos han pasado por las urnas con la misión de abrillantar al líder. En su suerte, los votantes han podido recibir a las eficaces visitadoras putinianas, extractoras de votos en la humildad de unas viejas pintadas al natural con sus cabras y su jergón rural. En sus caras surca el pasado de las películas de Eisenstein, lejanos campesinos de principios del siglo XX, tan pisoteados por los zares como engañados con las revoluciones.
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