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Eduardo Mendoza: «Me gusta ser leído y leer con absoluta inocencia»

Madrid, 1936. Un inglés llega a Madrid para identificar un cuadro en el Museo del Prado y se verá envuelto en una trama de espías durante los días previos a la Guerra Civil. Mendoza vuelve a las grandes ligas con el último Premio Planeta.

Eduardo Mendoza
Eduardo Mendozalarazon

Ganar premios revitaliza, engrandece el ánimo, pone una perpetua sonrisa en los labios, e incluso adelgaza. Y si es el Planeta, la sensación es triple. Eduardo Mendoza tenía ayer muy buen aspecto. El día después de haberse alzado con el prestigioso galardón, irradiaba afabilidad. Su «Riña de Gatos. Madrid 1936», en las tiendas el 5 de noviembre, promete ser una de las novelas del año. Dice que es seria, muy documentada, que presenta dilemas morales al lector, pero que en cada página hay humor. ¿Madrid tendrá su propia «La ciudad de los prodigios»? Sus protagonistas, un dúo de excepción, un experto en arte inglés y, atención, José Antonio Primo de Rivera.

-¿Estamos ante otro libro más sobre la guerra civil?
-No. Es una de esas novelas de las que me gusta leer y escribir, una intriga dentro de un marco histórico, el Madrid de 1936, durante un par de semanas decisivas, inmóviles dentro de la historia reciente de España, en las que se masca la tragedia. En ese suspense se sustenta la trama.

-¿Cómo nace el germen de la novela, qué le lleva a saltar del interés por una época a la necesidad de novelar sobre ella?
-La verdad es que siempre me ha interesado ese momento. En realidad, es muy difícil no interesarse, sobre todo para las personas de mi generación. Todavía intentamos comprender y asimilar cómo fue posible que sucediese aquello. Lo que sucedió en España se gestó en pasillos ministeriales, en los recovecos de los cuarteles. Madrid estaba lleno de espías e intrigantes. Ésta es una historia de corrientes subterráneas.

-Dice que escribe para saber cómo acaba la historia. ¿Aquí el final lo conocía de antemano?
-Tenía las ideas muy claras, pero a la hora de desarrollar la historia, sí que me han sorprendido cómo se resolvían ciertos matices, que es lo más bonito del hecho de escribir.

-¿Y cómo une la microhistoria, la anécdota del protagonista, dentro del entramado histórico general?
-A diferencia de otros géneros de conocimiento, como el ensayo, la novela funciona por identificación. Es el lector el que tiene que construir la historia. Si no vive los personajes, la novela no funciona. La novela cruza la pequeña anécdota trivial y los personajes reales que marcarán el rumbo de la historia.

-¿Esta identificación es importante a la hora de conseguir que el lector se plantee dilemas morales?
-Por supuesto, el lector debe enfrentarse a los mismos dilemas que el protagonista, y eso se consigue con una visualización muy precisa de la historia.

-Dicen que sus novelas se dividen en serias y divertidas, pero el humor siempre encuentra hueco en la mayoría de sus libros. ¿Qué importancia tiene el humor en ésta?
-Bueno, el punto de vista tiene un elemento de humor, siempre dentro de un trasfondo melancólico. Son los días en que se cuece la guerra civil. Hay veces en que se mira a la historia y se piensa en todo lo que podía haber sido y no fue. Aquí es al revés, se reflexiona en todo lo que podría no haber sido y fue, y esa posibilidad encierra una carga más melancólica. Son momentos trágicos que no tienen ninguna gracia, pero creo que hay humor en cada página.

-¿Los momentos más dramáticos también tienen humor?
-En los momentos más trágicos se suceden situaciones que, a pesar de ser verídicas y verosímiles, en el fondo son totalmente disparatadas.

-De nuevo, el protagonista es un personaje desubicado en el contexto de la acción, un inglés en el Madrid de 1936.
-Me gusta este tipo de personajes y lo he aplicado en diferentes encarnaciones a lo largo de mis novelas. El protagonista está completamente desnortados, en el sitio incorrecto en el peor momento, pero tiene una asombrosa capacidad para adaptarse con múltiples recursos. Estamos en la antesala del infierno, aunque consigue sobrevivir, con sus errores y torpezas, eso sí. Al final, incluso logra desempeñar un importante papel en las intrigas.

-¿Y por qué es inglés?
-Por múltiples motivos. Me gustaba que fuera un experto británico en arte español y Londres es una ciudad que amo, así que también me iba bien. Además, el Servicio Secreto Británico tiene un papel relevante en la trama, por eso tenía que ser inglés.

-Estamos hablando de una novela de espías en toda regla
-Sí, y es muy difícil escribir una en España, donde todo el mundo habla a gritos y lo complicado es no enterarse de las cosas. La verdad es que soy un gran lector de las novelas de espías, me encantan, y por fin he podido plantear una. El Madrid del 36 es una gran antesala de lo que sucederá después a nivel mundial y hay muchos intereses entremezclados. Desde el Servicio Secreto Británico al ruso, el italiano o el español, todos querían mover los hilos e intentar manipular según sus intereses.

-¿Nos sorprenderán los personajes históricos que aparecen en la novela?
-Son tan conocidos que resultaría difícil que alguien se sorprenda, salvo por el coprotagonista, José Antonio Primo de Rivera. Todo el mundo sabe quién es, pero en realidad se conoce poco de él y sería un personaje fascinante. Tampoco creo que lo vaya a poner de moda y la gente corra a alistarse a la Falange, pero es un personaje que se merecía un estudio.

-No parece que lo vaya a dejar muy bien...
-No voy a decir que mi opinión sobre él sea positiva, tampoco creo que sea negativa. Todos los historiadores coinciden en que fue un memo, pero ha sido la columna vertebral de este país durante 40 años, lo que dice mucho del país.

-¿Por qué no quería revelar quién era el personaje?
-A mí me gustaría que se leyeran los libros con absoluta inocencia. Aún me acuerdo cuando compré «La casa verde» y «La ciudad de los perros», de Mario Vargas Llosa, sin tener ni idea de qué iban y sin saber quién era él. Hay que dejarse sorprender. A mí me gusta leer y ser leído con absoluta inocencia, no con la losa encima de los juicios de valor.

-Se habrá alegrado de la concesión del Nobel a Vargas Llosa
-Me alegré muchísimo cuando lo supe. Es un escritor que admiro bastante y una persona a la que quiero.

-Usted es un gran aficionado al arte. Darle un protagonismo en la novela debe de haber sido un plus a la hora de escribirla.
-No soy un experto, pero sí un gran aficionado y, sobre todo, muy constante. Con la edad, las aficiones de uno se van convirtiendo en conocimiento. Es una de las pocas cosas buenas de hacerse viejos, el archivo que te creas, y tenía muchas ganas de escribir sobre ello.

-¿Qué papel juega?
-Los cuadros, a diferencia de las novelas, sólo capturan un momento, y es importante saber por qué el pintor escogió ese preciso instante. No es lo mismo elegir a un jinete tropezándose o una vez ya está en el suelo. El cuadro de Tiziano «La muerte de Acteón», por ejemplo, posee diferentes interpretaciones a medida que va avanzando la novela. Además, el protagonista, dentro de lo convulso de la situación que está viviendo, siempre encuentra refugio en el Museo del Prado, donde se siente acogido y en diálogo directo con las obras de arte.

-Juan Marsé, Vázquez Montalbán, Terenci Moix y usted. ¿El Planeta ha cerrado por fin el círculo de los autores clásicos barceloneses?
-Sí, la verdad, pero entre todos los autores, ganadores y finalistas, ha habido alrededor de 118 escritores premiados. Yo soy una excepción.

- Y con una novela ambientada en Madrid.
-Es un derecho constitucional cambiar de residencia. Lo que me interesaba eran unas circunstancias concretas y ocurrían en Madrid. No pretendía hacer una crónica, pero me lo he pasado bien.

-¿Ya ha pensado qué hacer con el dinero del Premio?
-Ya lo creo. El dinero es una de las cosas más fáciles de colocar. Es importante y miente quien diga que no le interesa. En principio, compra lo más importante, libertad y tiempo. Hay que pagar los recibos, y, ahora, durante un tiempo, no necesitaré publicar nada nuevo. Puedo hacer pruebas, cansarme con lo que hago, volver a empezar, y esta tranquilidad ayuda mucho a la hora de escribir.