Reforma laboral
Huelga exagerar por Carlos Alsina
Como Rajoy siga conjugando el futuro simple corre el riesgo de llegar al final de la legislatura sin haber puesto el huevo. «Muchas decisiones que tomaré no le gustarán a mucha gente», ha dicho el presidente con ese estilo suyo tan de no decir gran cosa fingiendo que lo dice todo. Pisemos tierra: Méndez y Toxo no le van a convocar una huelga general a nadie durante mucho tiempo. El fracaso de Zapatero en su segunda Legislatura corrió parejo al fracaso de los dos sindicatos mayoritarios, incapaces de encontrar su sitio e incapaces de asumir su tiempo. Méndez está en retirada y Toxo no disimula su fructífera sintonía con Rosell y la ministra Báñez. Que Rajoy se dé importancia ante sus colegas europeos es razonable porque una cumbre europea consiste, al final, en eso: cada primer ministro procura epatar a los demás refiriéndoles su índice de medidas heroicas (sobre todo el italiano, el portugués y el nuestro). Ahora bien, si el amperímetro de una reforma es el malestar sindical, no se entiende el empeño del Gobierno en promover el consenso de patronal y sindicatos. Todo será que, en ausencia de huelga, le acaben imputando sus colegas europeos a Rajoy un tibio pasteleo. El Gobierno se ha puesto el listón muy alto con esta reforma que, dos meses después de las elecciones, sigue siendo un enigma, un ente impenetrable, otra cáscara. Que nuestras normas laborales están oxidadas lo evidencia la comparación de nuestra tasa de paro con la de países similares en peor situación económica, pero el cambio de normas no basta para que, de inmediato, se genere empleo neto. La reforma es aditivo, no panacea. No habrá huelga general, pero tampoco reforma rompedora que nos deje asombrados por su audacia. Cuanto más alto ponga el listón ahora, mayor será la decepción que venga luego.
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