RAE
Carlos Amaya
La Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) ha atravesado momentos gloriosos en la historia de la Sanidad española. Una de sus épocas doradas se produjo en la etapa de Vicente Garcés.
La otra, la más grande, durante el mandato de Carlos Amaya. Con este neurocirujano al frente, el sindicato ofreció auténticas lecciones de representación y defensa profesional a las clásicas y burocratizadas organizaciones de clase, y frenó más de una embestida oficial que hubiera sido letal para los médicos españoles.
Amaya se bastó, por ejemplo, para abortar en seco las pretensiones de Alberto Núñez Feijóo en su etapa al frente del Insalud, de convertir los hospitales en fundaciones públicas. Aquel dislate habría cambiado por completo el mapa de la profesión. Tuvo tiempo también para pararles los pies a Celia Villalobos, Elena Salgado y varios ministros más, y tumbó contra pronóstico planes como el de la jubilación forzosa a los 65 años en Madrid. En la Consejería se preguntan aún cómo pudo hacerlo. Con este neurocirujano al frente de Femyts, la rama madrileña de la CESM, los facultativos de la comunidad doblaron el sueldo y tuvieron voz y voto en todas las decisiones importantes. Su salida del sindicato constituye una muy mala noticia para los médicos madrileños y españoles. También para los que ejercen en la UE, pues Amaya ocupaba la vicepresidencia de la Federación Europea de Médicos Asalariados.
El neurocirujano se ha apartado de la CESM de Patricio Martínez, en caída libre, y los resultados están a la vista: la organización no avanza en las elecciones sindicales cuando concurre a las mismas sin la compañía de las enfermeras de Satse; ha perdido la fundación –puntera con Carlos Amaya en el análisis de la demografía médica en España– y se está diluyendo como un azucarillo bajo la influencia de otra entidad, la OMC, que, para más inri, atraviesa los peores momentos de su historia. Sin el neurocirujano, la CESM carece de identidad.
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